Alirio Díaz, virtuoso de la guitarra clásica, de piel morena, manos largas y reconocida humildad, sucumbió al sueño eterno. Deja un vacío físico. Su alma se hizo inmortal hace mucho tiempo.
Díaz, nativo de La Candelaria, hijo de Pompilio Díaz y Josefa Leal, nació el 12 de noviembre de 1923 en una aldea de 400 habitantes. Tuvo once hermanos. Se casó con Consolina Rissi. Padre de Senio, María Isabel, Tibisay y Josefa.
Alirio Díaz, pupilo de los más virtuosos guitarristas del mundo y al mismo tiempo, maestro de maestros, urdió un incomparable legado al compás de seis cuerdas, abrigado por el intelecto, los corazones y los múltiples escenarios que fueron testigos de su genialidad, de su sabiduría como artista nato.
Mucho antes de alcanzar los 10 años, el niño Alirio acompañaba las variadas interpretaciones populares de sus abuelos, quienes tocaban la guitarra y el violín, cantaban en rosarios y velorios. Entre los 7 y 9 años tomó el cuatro de su padre, tocó el valse El ausente sin que nadie se lo hubiese enseñado. En su aldea todo el mundo cantaba, bailaba, tocaban la guitarra, el cuatro o el bandolín. Fue una atmósfera propicia.
Un dato interesante es que su madre le elaboraba las cuerdas del cuatro con tripas de chivo, pese a que no tenía ningún grado de instrucción.
De Carora a Europa
Díaz vivió en el campo hasta los 16 años. Carora lo recibió y lo hizo suyo para siempre. Durante la adolescencia desempeñó diversos oficios antes de dedicarse a su formación musical. Fue agricultor, pulpero, portero de cine, obrero tipográfico, cobrador, guitarrista de emisoras, ejecutante de otros instrumentos en las bandas del pueblo.
Su talento fue descubierto y guiado por el intelectual caroreño Don Cecilio Zubillaga Perera.
Don Chío lo envió al maestro Laudelino Mejías, con quien comienza su formación musical en Trujillo, donde vivió entre 1942 y 1944 y formó parte de la Banda del estado. Luego se fue al Conservatorio de Caracas con el insigne maestro Raúl Borges.
Su primer concierto lo ofreció el 12 de febrero de 1950 en la Sala de la Biblioteca Nacional. Esas primeras actuaciones despertaron un gran entusiasmo, por lo cual el Gobierno lo becó para continuar sus estudios en el Real Conservatorio de Madrid bajo la tutela del profesor Remigio Sainz de la Maza.
Luego de una serie de recitales se fue a Italia, donde asistió a los cursos avanzados de guitarra clásica con Andrés Segovia en Siena. Segovia lo reconoció como su más destacado estudiante, convirtiéndolo en su asistente.
El candelarense se pulió con los viajes, sin embargo, mantuvo su expresión ingenua, la cual exteriorizaba a través de su sonrisa.
Al hombre del corbatín y grandes lentes también le llamaban El Faraón de la Guitarra. Grabó más de 16 discos.
Su primera gira artística nacional, organizada por el Conac, coincidió con la celebración del trigésimo aniversario de su primer concierto. El periplo lo llevó a recorrer 17 estados del país.
La música latinoamericana llegó a Europa y Asia gracias a Díaz. Su contribución a la vida artística del país es innegable, infinita y eterna. La principales ciudades de Italia, España, Francia y Sur América fueron testigos de su incomparable luz y talento.
Su fama como intérprete de la guitarra trascendió fronteras, cosechó aplausos de los más calificados auditorios.
El Hijo Ilustre de Torres ocupa en el historial guitarrístico del mundo contemporáneo un sitial de honor de primer orden.
Además del reconocimiento que le otorgó Londres al declararlo Ciudadano Ilustre del Mundo, el Gobierno español le adjudicó altas condecoraciones. Las autoridades gubernamentales italianas le confirieron la distinción de Comendador y la municipalidad de la ciudad de Alessandria lo distinguió con la Cittadinanza Onoria.
En el año 2000 recibió el Doctorado Honoris Causa por parte de la UCLA. La Organización de los Estados Americanos le concedió el premio Gabriela Mistral por difundir a escala mundial el arte de la guitarra mediante composiciones de autores latinoamericanos.
Uno de los conciertos más especiales del maestro fue el de Aranjuez de Joaquín Rodrigo para guitarra y orquesta, interpretado por Díaz varias veces. En una oportunidad Joaquín Rodrigo le dijo al maestro Alirio Díaz que de todas las interpretaciones que había de su pieza, la que él ejecutaba era la más perfecta.
Antes de que feneciera el siglo XX, el larense universal regresó a su tierra después de más de 40 años en el viejo continente. Como buen hijo volvió a casa para dedicarse a la actividad pedagógica, a la publicación de algunos libros. Díaz se destacó como un gran investigador, amante de lo clásico y lo folclórico, llegó a todos los públicos gracias a su versatilidad.
El concurso
En agosto de 1974 fueron creados los Premios Internacionales de Guitarra Alirio Díaz por decisión del Instituto Nacional de Cultura y Bellas Artes (Inciba). Se realizaría anualmente en Caracas para los profesionales de la guitarra, nacionales y extranjeros. El primer concurso se efectuó del 8 al 12 de abril de 1975. Desde entonces se han realizado 18 ediciones.
La literatura
Díaz se llegó a definir como un músico prestado a la literatura. Escribió La música de mi niñez, Don Cecilio Zubillaga y mi tierra, Memorias de mi infancia, Música en vida y lucha del pueblo venezolano, La historia de mi guitarra, Alirio Díaz y el pueblo de Muñoz.
A los 15 años escribió Historieta de La Candelaria en la que analizó todos los hechos importantes de su aldea nativa.
Descrito como un escritor de fina urdimbre evocativa, escribió de su padre, de las familias del pueblo, de los juegos de su infancia, de las canciones y músicas locales, de los rudos trabajos y sacrificios de su generación, de sus lecturas iniciales, de su salto hacia Carora. También fue columnista de importantes diarios locales y nacionales.
Su relación con el maestro Antonio Lauro
Alirio Díaz, fue el mayor difusor de la obra de Antonio Lauro. En los registros de EL IMPULSO apreciamos que su relación con Lauro fue una convivencia feliz entre intérprete y compositor.
“Esa relación comenzó hace mucho tiempo y precisamente cuando Lauro había decidido retirarse un poco de la carrera como concertista. A mí me tocó ser el interpreté de lo que él estaba creando, él depositó en mí esa confianza, fue un gran compromiso. Lo que hizo trascender su música fue su conocimiento de la técnica y el arte de la guitarra, algo que va más allá de los parámetros estéticos”, contaría Díaz.
El caroreño afirmaba que el músico criollo tiene la facultad de interpretar a Tchaikovski, Bach o Vivaldi, como también, cantar, bailar y declamar el folclore venezolano.
“En otros países existe un tabú acerca de combinar la cultura con lo que se denomina popular. Sin embargo, en nuestro país poseemos esa cualidad que le permitió a Sojo, Lauro, Castellanos y Pérez Díaz ser excelentes académicos sin descuidar el cuatro, las cantatas o los aguinaldos. La academia debería venir a los popular”.
Díaz también fue muy cercano al maestro Rodrigo Riera, con quien realizó inolvidables conciertos.
Es inmortal
En 1986, Juan Páez Ávila, otro gran caroreño, expresó que si bien, “La Candelaria no morirá ni con la muerte física de Alirio Díaz, porque él es inmortal, es necesario que los candelarenses en primer término, luego los caroreños, los venezolanos que admiramos la grandeza de Alirio, transformemos esa aldea en un permanente concierto, en un lugar de cita de los amantes de la guitarra. La voluntad de Alirio puede servirnos para no permitir que la indiferencia frente a la cultura, haga más triste y deprimente la vida en las casas inclinadas y deterioradas de La Candelaria. Necesitamos inspirarnos en la fuerza creadora de Alirio Díaz para hacer de ese pueblo un emplazamiento de sonidos, de conciertos para toda Venezuela”.