Kelly Vega llegó a Venezuela hace 12 años, proveniente de la ciudad colombiana de Barranquilla, atraída por el boom del país petrolero, pero ahora que esa prosperidad se esfumó, hay una inflación desbocada y una severa escasez de alimentos, pasa días enteros sin comer y ha perdido 15 kilos en menos de tres meses.
El pálido rostro de Vega y su delgada figura denotan los rigores de la dieta forzada que enfrenta, junto a su pequeña hija de seis años, a consecuencia de la compleja crisis económica que golpea de manera inclemente al 87% de la población cuyos ingresos ya no le alcanzan para comprar los alimentos necesarios, según reveló un estudio del 2015 de tres de las principales universidades del país.
«Estamos comiendo dos comidas. Ahorita no es como antes que comíamos tres (veces al día)… Si hay desayuno, no almorzamos. Si hay el almuerzo, no hay cena», relató la doméstica, de tez morena clara y baja estatura, tras abrir la puerta de una nevera blanca, en la que se avistan dos jarras plásticas con agua y jugo.
En la pequeña habitación alquilada de la barriada pobre de Petare, al este de la capital, donde vive Vega junto a su hija Alexa, pocos son los objetos de valor que se divisan, pero la joven madre soltera muestra como uno de sus tesoros más preciados un envase plástico lleno de arroz hasta la mitad.
«Hace un mes que no comía arroz. Está carísimo y no se consigue. Ya tengo tres meses que no sé qué es carne ni pollo. No tengo cómo comprarlos», comentó Vega al reconocer que su salario semanal de unos 25 dólares ya no le rinde para alimentarse y que debió restringir su dieta a verduras, harina precocida de maíz y algunas frutas como la guayaba y la piña que las toma en jugos dos veces a la semana, pero sin azúcar porque el producto está muy escaso.
El mes pasado Alexa se ausentó por una semana de su escuela en Petare debido a que su mamá no tenía para darle el almuerzo y tuvo que llevársela a la casa donde trabaja, en una exclusiva urbanización del sureste de la capital, para poderla alimentar. «He llorado mucho por eso», confesó Vega, con los ojos llenos de lágrimas, al recordar ese evento.
Casos como el de Alexa se han vuelto muy frecuentes en los últimos meses en su escuela en Petare, reconoció la maestra Doris Díaz, y algunos de sus alumnos están presentando constantes decaimientos y hasta desmayos por hambre.
Díaz aún tiene fresco en su mente el incidente que vivió hace unos días cuando en plena clase se le desmayó una pequeña de seis años tras pasar dos días sin comer. «Fue una desesperación tremenda. Vi a la niña que estaba cambiando su color de piel. Me le acerco y automáticamente se desmaya».
Una encuesta nacional sobre condiciones de vida de los venezolanos que realizaron en el 2015 las Universidad Católica Andrés Bello de Caracas, Universidad Central deVenezuela y la Universidad Simón Bolívar, encontró que el caso Vega y su hija no es aislado debido a que 12% de la población hace dos o menos comidas al día.
Una de las integrantes del equipo que dirigió esa investigación, la doctora Marianella Herrera, descartó que Venezuela enfrente una hambruna generalizada, pero sostuvo que «hay situación de hambre selectiva en algunas comunidades o algunos individuos» y que ante la desbordada inflación de tres dígitos y los problemas de escasez de alimentos que azotan a Venezuela, es casi seguro que aumentó el porcentaje de población que hace menos de dos comidas al día.
Herrera indicó que las dificultades de alimentación que enfrentan los venezolanos, sin precedentes en la historia reciente, no solo se limitan a la frecuencia de las comidas, sino a la calidad y cantidad de los alimentos que consumen.
De una dieta diaria que incluía al menos 20 alimentos, «esto se ha reducido a unos cuatro, cinco», dijo la investigadora al reconocer que aunque en los años 80 y 90 existían casos de desnutrición, no se veían problemas de desabastecimiento de las dimensiones actuales que hacen la situación muy compleja.
Productos como el mango, la batata, el ñame, la yuca, el plátano o las sardinas, que anteriormente no eran muy demandados por los venezolanos, ahora en medio de la crisis se han convertido para muchos en su principal o único alimento.
Sobre las consecuencias que está generando esa situación aún no existen evaluaciones, pero para algunos analistas la detección de casos, cada vez más frecuentes, de personas que buscan alimentos en la basura, así como el resurgimiento en el país de los saqueos de comercios, han encendido las alarmas.
Durante mayo ocurrieron en Venezuela 52 saqueos de comercios, cifra que triplica el registro del mismo período del 2015, reportó la organización Observatorio Venezolano de Conflictividad Social.
En la ciudad nororiental de Cumaná, estado Sucre, ocurrieron este mes unos violentos disturbios que dejaron un centenar de comercios saqueados, un fallecido y 400 detenidos.
La educadora Natacha Córdoba aseguró que vivió momentos de mucha tensión la mañana de 14 de junio cuando quedó atrapada en una avenida de Cumaná en medio de una turba de decenas de personas de extracción muy pobre que saquearon un supermercado.
«Quedé con mi carro atravesada con todos los encapuchados que venían corriendo y motorizados que venían alborotando a la gente y abriendo los negocios…Lo que se veía era gente humilde la comunidad de Caiguire, gente que bajó de los cerros de Pan de Azúcar. Todos gritaba: tenemos hambre, queremos alimentos. No sólo se llevaron la comida, destrozaron el negocio», relató Córdoba.
El influyente diputado oficialista Diosdado Cabello descartó que los saqueos de Cumaná respondan a los problemas de falta de alimentos o hambre, y dijo en su espacio de la televisora estatal que las dificultades que enfrenta Venezuela son consecuencia de una «guerra económica» promovida por sectores opositores. «Hambre se pasaba aquí en la IV República (los gobierno anteriores al proceso chavista). Ahorita es una situación que nuestro pueblo la entiende perfectamente», agregó.
Los analistas sostienen que la crisis alimentaria que enfrenta Venezuela está asociada a un descenso en la producción de numerosos rubros que se viene presentando desde hace varios años, y una caída de más de 40% que sufrieron las importaciones en el 2015 y que se teme se mantendrá durante este año debido a una merma en la venta de las divisas oficiales producto de la baja de los precios del petróleo que financia 96% de los ingresos que recibe el país por exportaciones.
Un estudio reciente de la Asamblea Nacional, basado en cifras oficiales, reveló que la producción de alimentos básicos como los cereales cayó 22% y la de bovinos bajó casi 7% durante el año pasado. La encuestadora Datanálisis, por su parte, hizo una consulta este año y determinó que hay una escasez del 83%, lo que quiere decir que de cada diez productos básicos, que son los más demandados y están bajo un régimen de control de precios, solo se consiguen dos.
Para hacer frente a la crisis económica el gobierno venezolano puso en vigencia este año un mecanismo de distribución directa de alimentos básicos y de estímulo a la producción en las comunidades conocido como «comités locales de abastecimiento y producción (CLAP)».
«Los CLAP son una creación nueva, valga la redundancia, de la revolución para ganar la guerra económica, aliviar la vida del pueblo y estabilizar la economía en estos seis meses que vienen que van a ser seis meses buenos, de batalla. Imperio y oligarcas preparaos», dijo el mes pasado el mandatario venezolano Nicolás Maduro al defender la iniciativa.
Otro de los planes que activó este año el gobierno para contrarrestar la crisis es la agricultura urbana a través de la creación de huertos de verduras y frutos en terrazas de edificios y casas, pequeños gallineros y cultivos de peces en viviendas.
La jefa del recién creado ministerio de agricultura urbana, Lorena Freitez, aspira a que en cuatro años los cultivos en las zonas urbanas podrán abastecer cerca de 3,3 millones de habitantes y cubrir 20% del consumo de alimentos en las ciudades para el 2019.
Freitez dijo en entrevista con The Associated Press que con la agricultura urbana se aspira a «amortiguar los efectos del desabastecimiento programado que estamos viviendo» y lograr que en las ciudades «no seamos tan dependientes de la producción que viene de afuera y que podamos seguir avanzando en nuestra soberanía alimentaria».
Desde la azotea de un modesto edificio de cuatro plantas que construyó el gobierno en el sector del Paraíso, al oeste de la capital, Francisco Salazar, un vocero de un consejo comunal de 48 años, asegura que está dando «golpes» a la «guerra económica» con un gran huerto que incluye pequeñas siembras en mesas de remolacha, acelgas, albahaca morada, tomate, caraota, ajo porro, ajo chino, cebollín, cilantro, lechuga, caraota, zanahoria, rábano, cebollas, calabacín, pimentón, entre otros.
«Nosotros ya cambiamos el hábito de consuno de alimentos. Ahorita no nos estamos dando mala vida. Sí no tenemos harina pan (harina precocida de maíz), no tenemos pasta, no tenemos arroz, no tenemos salsa, bueno, aquí tenemos nuestras legumbres que estamos cosechando aquí», acotó Salazar.
Sobre el impacto que podrían generar los CLAP y los cultivos urbanos, la doctora Herrera dijo que «son pañitos calientes que no van a resolver el problema definitivamente».