En un país donde el misterio y la desinformación es la regla, las cosas no pueden marchar bien. Entre nosotros el Madurocabellismo se comporta de manera impredecible, dejando a un lado cualquier análisis de tendencias y escenarios. Aquí el respeto por las ciencias se perdió, dando paso a una grupete de sujetos que casi esotéricamente gobiernan al país con mayor reservas de petróleo en el mundo, Venezuela, en una suerte de «como vaya viniendo, vamos viendo».
El mentor de esta atolondrada manera de hacer política fue sin duda el finado Hugo Chávez, a quien se le atribuyen adjetivos como supremo, eterno e inmortal. En su oportunidad, entre coplas y populismo, pavimentó el camino para esta especie de ensayo y error de gobierno. Las políticas públicas se convirtieron pues, en el resultado de reacciones espasmódicas, dementes y erráticas, las cuales cobran vida – como el loco Juan Carabina de Simón Díaz – según los cambios de la luna…
Pero pareciera que sus seguidores, jefes del partido de gobierno, PSUV, hicieron bien la tarea replicando no solo sus ideas poco ortodoxas, sino además, llevando al límite de la incredulidad al ciudadano promedio que pasó del «no vale, yo no creo» a «aquí puede pasar cualquier cosa» y más en un esquema de gobierno ajeno por castrista, atípico, desafinado.
Han sido 17 años de oscurantismo informativo los que ha vivido Venezuela. Los medios, los pocos medios que quedan, están plagados de artimañas legales, jurídicas y políticas que los han llevado al colapso económico, por no agregarle el descalabro económico y social que padecemos como nación.
Lamentablemente, una buena parte del país ha dejado a la suerte el futuro de Venezuela. A la buena de Dios, o a los designios de quien la cúpula roja crea conveniente a sus intereses. Las estadísticas, matemáticas, la sociología, ingeniería, el derecho, quedaron en un segundo plano para ver con total estupefacción cómo se transmitía en cadena nacional a un chamán haciendo un rito para que lloviera, en una dramática crisis de generación eléctrica más producto del desfalco a la nación por cuarenta mil millones de dólares que no se vieron y por la ineficiencia y falta de mantenimiento del Sistema Eléctrico Nacional que por las consecuencias del fenómeno climatológico El Niño, recurso obligado para el discurso «revolucionario» y cómplice.
Pero debemos ser francos. Es cómplice el que defiende aún a este sistema de gobierno. Tan culpable como los corruptos que en nombre de una supuesta ideología se robaron los sueños, seguridad, medicina y alimentos de los venezolanos. Es cómplice el que acepta que en la crisis se utilice reiterada y groseramente la imagen de Chávez como para reflotar un sentimiento que transmutó del amor popular al rencor y decepción por tantos sueños rotos, por tanta mentira puesta en evidencia.
Luego, nuestro deber es dejar en evidencia un país que lo tiene todo, a pesar del Psuv y Maduro. Un país que aunque enfermo socialmente tiene cura y puede apartar tanto a cómplices como a autores, para dar paso a su reconstrucción a partir de un verdadero y genuino esfuerzo de Unidad Nacional, no de barriles de petróleo ni de oro. En nuestro sacrificio estará el futuro, en nuestras manos y sudor. No dejemos el futuro de Venezuela a la suerte, ya vimos cuáles son las consecuencias de hacerlo…