Afincada en la impaciencia, uno de los ingredientes de la antipolítica, la demagogia populista plantea la lucha en términos pueblo-élites, asume un lenguaje reivindicador de las causas populares y juega con la manipulación de los prejuicios, atizando odios tácticos y miedos estratégicos. Es la misma viejísima demagogia ante la cual prevenía Aristóteles en La Política, hace bastante más de dos mil años.
Populismos viejos y nuevos. Pueden cambiarse el ropaje, acaso sería más propio decir directamente el disfraz, y los acentos del lenguaje para identificar con etiquetas a los «enemigos del pueblo».
Populismos de derecha y de izquierda, según el contexto social donde se muevan en busca del poder.
Enemigos de la globalización, de la integración europea, acaban siéndolo también de los inmigrantes. El Frente Nacional de la señora Le Pen en Francia y Podemos de Pablo Iglesias en España tienen más en común de lo que les gusta admitir. No es raro que un rocambolesco multimillonario que vive su propio reality show contra Wall Street y el establecimiento político norteamericano como Trump, celebre el triunfo de dejar la Unión Europea en el referendo británico, promovida por una comparsesca coalición de conservadores de derecha y laboristas de izquierda, junto a los independentistas del UKIP. De seguro encontrará también puntos de contacto con la Alternativa para Alemania, al menos en la fobia a la inmigración, manifestada con tintes xenófobos y racistas.
Pueden ser ideológicamente diferenciables, pero antropológicamente asociables, y afines en las claves del simplismo, la irreverencia, la impugnación del orden y la alergia a la responsabilidad.
En España acaban de recibir una lección con el triunfo del Partido Popular y el retroceso del partido de los amigos, consejeros y favorecidos por el gobierno venezolano. Asignatura pendiente del sistema político sigue siendo garantizar un gobierno estable capaz de adelantar las reformas necesarias.
Gran Bretaña, en cambio, apenas entra en el oscuro túnel de la incertidumbre al votar, por mayoría estrecha e inesperada, irse de la Europa comunitaria soñada por Churchill y puesta en marcha por Adenauer, De Gasperi y Schuman. Voto, leo al humorista Calderón en Reforma, el diario mexicano «de tripas contra neuronas, aldeanos contra mundanos, prejuicios contra beneficios, nostálgicos contra modernos, viejos contra jóvenes». Triste pero, sobre todo, peligroso.