«No hay lugar para la vejez cuando se es útil y se está siempre ocupado» (José Gerardo Mendoza)
Todo pasa y nada queda, el tiempo se va y no vuelve, son expresiones que escuchamos desde niños como si vivir fuera el cuento de una esperanza sin verdores.
No hay nada en la existencia más emocionante que ser dueño del propio destino, el único que decide cómo va a vivir, reaccionar y sentir en todas las situaciones que le ponga al frente el destino. La vida es la escuela que más que con pétalos pincha al hombre con sus espinas para enseñarle que lo que vale es lo que se gane con el esfuerzo, igual las consecuencias que tiene elegir el camino a la cumbre o al abismo, a la libertad o a la esclavitud, a la estabilidad o al desequilibrio.
Los años mayores no son excusa que impida al ser humano tocar con avidez las estrellas y beber de su angelical elixir, no hay ley que le obligue a limitar sus gustos ni pasiones. La etiqueta de tercera edad no es ningún honor llevarla encima, menos es honroso el título cuando gobierno, sociedad y familia desechan al hombre como trasto viejo en rincones de olvido.
A la mayoría de los adultos mayores se les retira de sus puestos de trabajo en pleno uso de sus facultades y capacidades físicas y mentales, realidad que aunque duela y golpee jamás debe considerarse como una derrota. Es necesario mantenerse erguido, aprender a ignorar esos títulos humillantes, demostrarse a sí mismo y al mundo que no es la denigrante etiqueta de «tercera edad» ni la de perdedores las que limitarán ni anularán al hombre solo porque ha llegado a la vejez. De pie con la frente en alto será el laurel de la gloria y la experiencia las que lo coronarán como insignes ganadores, honorables señores, maestros de la vida.
Hay mucha vida dentro y fuera que el hombre en el retiro puede explotar como lo son los intereses paralelos que lo mantendrán ocupado hasta el final. ¿Quién dijo viejo? Cuando uno se entrega a realizar una actividad física, a meditar, leer, pasear, pintar, tejer, crear, escribir u ocuparse en algo que le encante, no hay espacio para la enfermedad, el estrés, el aburrimiento ni el cansancio.
Para cada uno la prioridad debe ser lo que le haga feliz y le de satisfacciones. Aprobarse a sí mismo es lo que cuenta; ya no es hora de dar explicaciones a nadie de la toma de nuestras decisiones, de las acciones ni de cómo deseamos vivir; cada uno sabe lo que quiere y lo que siente dentro de su corazón y de su alma. Confiar en sí mismo aceptando los desafíos es izar con hidalguía la bandera de sus batallas y trayectos conquistados. Tanto viajamos en la góndola dorada del amor que lo único grandioso a lo que nos abrazaremos al final será al amor de los hijos y a suspirar por la felicidad que dejamos escapar al borde de un vino no libado.
Nunca es tarde cuando la tinta de la vida nos impulsa a disfrutar del tiempo que nos queda bajo el árbol de nuestras propias ilusiones, querencias, libertades y pensamientos.
Uno aprende a atisbarse y a reconocerse desde caminos diferentes. Unos dicen que el tiempo no alcanza, otros se preguntan cuánta energía les queda para el viaje; no importa si queda mucha o queda poca, mientras arda la vida en nosotros y tengamos una misión por cumplir habrá que enfrentar la tormenta sin flaquear; y si es dura la tormenta de la estación invernal es hora de ajustarse el cinturón… «Hay medio mundo con una flor en la mano y la otra mitad por esa flor esperando»
(Walter Riso). ¿Quién dijo viejo?