La fecha de hoy está consagrada en Venezuela al periodista. Es, por todos los valores lo que entraña, una efeméride significativa, tanto para el gremio en sí como para el país en su conjunto.
Está asociada a la aparición de El Correo del Orinoco, periódico fundado por el Libertador Simón Bolívar en Angostura, hoy Ciudad Bolívar. Con su declaración: “Somos libres, escribimos en un país libre y no nos proponemos engañar al público”, este órgano de prensa al servicio de la causa emancipadora circuló desde el 27 de junio de 1818 hasta el 23 de marzo de 1822.
El Día del Periodista se celebra el 27 de junio a partir del año 1965, al acogerse una propuesta lanzada por el parlamentario comunista Guillermo García Ponce desde el cuartel San Carlos, donde purgaba condena por rebelión militar. Antes la fecha acordada era la del 24 de octubre, pues ese día, del año 1808, se publicó, en cuatro páginas, a doble columna, el primer número de la Gaceta de Caracas. El cambio de la fecha tiene plena justificación histórica, en virtud de que mientras El Correo del Orinoco mantuvo una invariable línea editorial como vocero propagandístico de la Tercera República, la voluble Gaceta de Caracas en ocasiones defendía la causa de la Independencia y, en otras, la de la Corona Española, como ocurre en julio de 1812, tras la capitulación de Miranda.
El Día del Periodista, como advirtiéramos al inicio, no es un acontecimiento meramente gremial. Eso lo reduciría en forma dramática. Lo esencial de su trascendencia reside en que el periodista ejerce y está llamado a defender un derecho que es patrimonio de todos: la libertad de expresión del pensamiento. Es un derecho fundamental, asentado en el artículo 19 de la Declaración Universal de Derechos Humanos, así como en el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos.
La Constitución venezolana de 1999 señala en sus Principios Fundamentales, artículo 2: “Venezuela se constituye en un Estado democrático y social del Derecho y de Justicia, que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico y de su actuación, la vida, la libertad, la justicia, la igualdad, la solidaridad, la democracia, la responsabilidad social y, en general, la preeminencia de los derechos humanos, la ética y el pluralismo político”.
Pero en la Venezuela actual cada uno de esos hermosos enunciados es letra muerta. Basta examinar, por ejemplo, cuánto cuesta la vida en las desquiciadas calles del segundo país más violento del mundo; donde, triste antecedente, hasta se niega la ayuda internacional pese a los crueles estragos de una crisis humanitaria no declarada. Procede escudriñar, asimismo, si la justicia brilla en sentencias de tribunales que, comenzando por el más alto, actúan alineados como brazos ejecutores del poder. ¿Igualdad, existe, acaso, en una nación en que hasta las bolsas de comida tienen color partidista? ¿Pluralismo político, de eso hablan las insolentes trabas que el CNE antepone a la celebración del referendo revocatorio, la vía más expedita y pacífica para que el pueblo, el soberano, se exprese y destrabe este peligroso juego trancado?
En nombre de la libertad y de la justicia invocadas por la Carta Magna, urge quebrar lanzas de papel, o de palabra, ante los sistemáticos ataques que el sector oficial, en su intolerancia, y tras su obstinado propósito de implantar la hegemonía comunicacional, asesta en contra de los periodistas, de los medios de comunicación social independientes, y, en consecuencia, en desmedro del principio de libertad de expresión, que, en primer término, pertenece a los ciudadanos y es considerado piedra angular de todos los demás derechos sociales.
No es una opción, es un deber insoslayable, asumir una postura activa, consciente, de cara a las desviaciones oficiales. Lo dice el artículo 45 del Código de Ética del Periodista Venezolano: “El periodista tiene el deber de combatir sin tregua a todo régimen que adultere o viole los principios de la democracia, la libertad, la igualdad y la justicia”.
El Día del Periodista es, por tanto, más que una celebración, un compromiso. Más que una oportunidad para el asueto o el sarao, una cita con lo más sagrado de este apasionante oficio.