Encadenan para desagraviar a sus mujeres, presuntamente ofendidas, por algunos caballeros opositores. Se desgañitan frente a los micrófonos restituyéndoles el honor que ha sido mancillado por la malevolencia disidente. Y es que cualquier rozadura en la piel de algodón de los “revolucionarios”, es motivo suficiente para tirarse un lance en cadena nacional, lo que hace que la audiencia ejecute un rápido apagado o migre al cable. Verdadera tabla de salvación para huir de los gritos destemplados, de los insultos degradantes y de las mentiras al por mayor, que hasta el más ingenuo agarra en el aire.
La cúpula militarista-despótica no quiere entender que esa matraca encadenada es una pérdida de tiempo y de dinero. Además, cómo creerles si mientras pontifican a través de la hegemonía comunicacional, las mujeres son sometidas a la humillación de las colas infinitas para adquirir algunos productos para mal alimentar a su familia. Cómo confiar en ese cogollo corrupto e incompetente que ha chatarreado y cubanizado los servicios básicos de salud, mientras nuestras mujeres y sus familias mueren de mengua en las emergencias de los hospitales, porque no hay medicinas, no hay camas y los médicos tienen que hacer milagros para salvar vidas. Cómo creer en esa macolla pútrida que se ha robado el tesoro público y les importa un carajo que los niños carezcan de alimentos en los comedores escolares. A estos no llega ningún tipo de proteína, para garantizarle un buen desayuno o un almuerzo decente a quienes asisten a esos centros sólo por ese plato de comida.
Es un descaro y un cinismo exigir que escuchemos las peroratas incongruentes de un presidente sin sensibilidad y sin luces, mientras los militares aplican la pena de muerte en las barriadas venezolanas a través de la OLP. Cuando llegan esos convoyes repletos de uniformados, dateados por sus patriotas cooperantes, las madres tiemblan porque saben que sus hijos, familiares o vecinos serán ejecutados sin contemplación. Queda el olor a pólvora y el reguero de jóvenes vidas -inocentes o culpables- que tuvieron la desdicha de nacer y/o vivir en estos 17 años, que han sido una tragedia.
Otra desgracia para las venezolanas es la violencia en su contra -tanto intrafamiliar como externa- que no sólo acaba con sus vidas, sino que hace de su existencia un calvario sin fin. Porque la pobreza es el caldo de cultivo para la violencia más brutal que hoy sufren las mujeres. Y mucho más si ésta es administrada por una tiranía sin alma, que sólo busca mantenerse en el poder a cualquier precio. Podemos afirmar que el grueso de la población femenina sufre un estado de calamidad, infelicidad y crisis total, que le importa muy poco al cogollo atornillado en los predios miraflorinos.
Para completar este ominoso y deplorable cuadro, tenemos a las mujeres que la “revolución” ha colocado en el poder para ser servidos por ellas: esto escomo fichas de un tablero que mueve una negra mano, o como títeres, que sirven a los más oscuros intereses de esta hipocresía socialista, que usa e instrumentaliza a las damas a su antojo y conveniencia. Una de las marionetas más utilizada, últimamente, es la presidenta del TSJ, que fue colocada en ese cargo por ser intima de la familia del “supremo”. Fue embajadora en España donde ¿cursó? un doctorado y Juan Carlos Monedero –de Podemos- fungió como jurado de su tesis. Es decir, que gracias a esta dama entogada, que firma lo que le pongan por delante, estamos como estamos cuando se violenta la separación de poderes, y se desconoce al Poder Legislativo elegido por la mayoría de los venezolanos.
Ella es la última guinda de la enorme torta que han puesto estas “revolucionarias” mujeres. Donde también están: el cuarteto del CNE que sólo ejecuta órdenes de la cúpula roja. Delcy Eloina que no tiene parangón cuando abre la boca en cualquier foro, indefectiblemente sentimos pena ajena. La fiscal es otra pieza que sirve de manera exclusiva a los intereses de la cúpula. Y no me queda espacio para hablar de Iris Varela o de la generala-diputada que tiene serias limitaciones para construir una frase simple, pero que siempre está rodilla en tierra en defensa de los capitostes de este despotismo del siglo XXI.