¿De verdad fuimos los venezolanos esos seres esencialmente solidarios, tal como nos gusta afirmar, cervezas más, cervezas menos, en medio del calor de la discusión de lo éramos y en lo que nos hemos convertido? ¿Solíamos ser gentiles o educados con todo el mundo, sin distingo de razas, credos, clase social o intereses partidistas? ¿Éramos buena gente no sólo en medio de la rumba, sino en cualquier circunstancia? La crisis que vivimos muestra aunque no lo queramos, nuestras grandezas o miserias personales y colectivas.
Hablar de solidaridad hoy, es politizar el término. Aparece de manera recurrente, aliado al Poder, como extensión de apoyo al gobierno en términos nacionales e internacionales. Apoyo de sus militantes mediante agresiones al que disiente o se oponga internamente y apoyo externo de “países amigos», cuyas deudas parecieran impagables, cuando el “imperio” o cualquier país u organización internacional, exige al gobierno gobernar y cumplir la ley para todos.
Ser solidario es una expresión política utilizada por gobiernos afines para apoyarse mutuamente: el art. 152 de la Constitución ha servido de manga ancha para repartir de cualquier manera nuestro ingreso nacional, en prestar y regalar de manera abierta, expedita o silenciosa, mediante los numerosos y secretísimos convenios internacionales firmados con las multinacionales, expresiones de imperios económicos, extensiones del capitalismo invisible, ése que vuela entre una tecla y otra de las computadoras. Del chino, ruso, canadiense o norteamericano, por nombrar algunos…
O para proteger a sus iguales ideológicos: “Para nosotros, todo; para la oposición, la ley”, es una fórmula utilizada entre los copartidarios para indicar su concepción de solidaridad partidista. Se justifica, aludiendo que se es revolucionario y en consecuencia, se es solidario con cualquier ejecutoria que en su nombre se haga, sin importar el cómo ni los porqués. Eso sí, que le traiga un beneficio al “solidario”, pues en este juego político de la solidaridad, nadie es inocente.
El populismo como praxis administrativa del Estado ha generado privilegios y exclusiones, exacerbando el concepto de pertinencia a favor de los calificados dentro de esa noción de “pueblo” que sigue siendo ambigua. En nuestra historia de la gestión gubernamental, ningún gobierno había practicado el populismo con la exclusión como principio ideológico, tal como lo ha practicado el chavismo y el madurismo, sustentados sobre la autocracia militar, cuyas consecuencias ya son conocidas por todos.
Chávez nos dividió entre quién era revolucionario y quién no. La exclusión como factor político estimuló la insolidaridad entre unos y otros, desde las clases populares hasta las pudientes, legitimando una manera de comportarse, cuya máxima expresión en lo cotidiano es el bachaquero, nueva ocupación distorsionadora de la economía. Su paradoja es la ganancia obtenida no como producto del trabajo productivo o mercantil, sino como un acto comercial “instantáneo”, cuya característica es el aumento ilegal del costo del producto que afecta a propios y extraños. “Es lo que hay”, “lo tomas o lo dejas”, resume las relaciones entre vendedores y compradores, por estar sustentada su ganancia no sólo sobre el desabastecimiento sino sobre la insolidaridad.
Nuevo empleo que empieza a ser criminalizado y reprimido, como si no hubiese sido generado por la ineficacia económica y el deterioro grave de valores morales. Los CLAP, son el epítome de la exclusión y constituyen una práctica fascista. Su verdadera intención, es la de garantizar las escasas reservas alimentarias para los cuarteles y las milicias formadas por los militantes más agresivos. Este capítulo recién comienza y no sabemos cómo terminarán los enfrentamientos armados entre los bachaqueros y los comités locales de abastecimiento y distribución (CLAP).
En medio de todo, habrá que preguntarse por nuestra solidaridad a partir de las características propias de esta tierra, árida y seca, que nos sigue dando frutos, cielos hermosos y un buen clima, así como lade su gente, mucha de la cual en medio de esta crisis que a veces es resolana, aún sigue guapeando sin perder la sonrisa ni la mano extendida para propios y extraños.