No hace falta encontrar la Casandra de Troya para que nos diga lo que presagia el estallido cumanés. Venezuela es un barril de pólvora, en cualquier momento estalla y se prende por los cuatro costados. Es la agonía de un parto con cesárea. En palabras del italiano Antonio Gramsci es “lo nuevo que no termina de nacer, lo viejo que no termina de morir”.
Del Táchira heroico que hace poco enfrentó la dictadura de Nicolás Maduro con todos los hierros, nos viene ahora un Sucre que tuvo que regresar la espada que había convertido en arado, como dice su himno, para enfrentar una situación de hambre y miseria, que el régimen autoritario que nos gobierna no sabe interpretar como un vaticinio de lo que le espera.
Andrés Eloy Blanco, nativo de esa Cumaná valiente, lo hubiera descrito de dolor a dolor con palabras suyas de otro tiempo así: “Allá en mi tierra, un día de combate, llegó a mi casa un soldado tachirense herido: hablaba como canto remoto de montaña. Donde mi padre cultivaba las uvas más dulces de la tierra se casó con una moza que manejaba el mar como un caballo. El hijo fue treinta años pescador y guerrero. Lo sepultaron junto al mar, donde su espíritu partido en dos, de costa y cordillera, confundirá la nieve con la espuma y el pez de plata con los frailejones”.
Aquel pueblo hijo de los indomables Guayqueries, Cumanagotos, Paraguatos y Guaraunos salió a las calles a buscar comida, porque el hambre no tiene espera. La rabia por la muerte de un joven en Cariaco a manos de los esbirros del régimen, le sirvió de impulso. Olvida el Nicolato que Cumaná desde 1530 es tierra de temblores, que no siempre deben ser asociados a movimientos sísmicos, porque allá se dio la Rebelión de los Corregidores en 1820. Haber atribuido lo ocurrido, como dijo el Padre Ugalde, al imperio, es otra estupidez de Maduro.
Solo algunos periódicos dieron cuenta exacta de lo ocurrido, como EL IMPULSO de Barquisimeto. Otros se autocensuraron para complacer al gobierno. Hubo 3 muertos, 25 heridos, 150 detenidos y más de 78 establecimientos saqueados e incendiados. Todo no es consecuencia del vandalismo, como lo calificaría el cuestionado Gobernador Luís Acuña, quien prefirió unirse a los que sometían a la población con una operación llamada “justicia zamorana”, salida de los laboratorios cubanos que operan en Venezuela.
La Cumaná inconforme y rebelde está convocando a la Venezuela dormida. Su tumulto no es un bochinche, es la señal premonitoria de lo que nos espera sino se le pone fin a la tiranía que nos amarga. Su cercanía con las islas angloparlantes la informa de la velocidad del progreso mundial frente a una Venezuela en ruinas. En descripción de Andrés Eloy Blanco, “En Cumaná, la noche de luna es un don de la sal”. Esa luz se esparce y sin vacilaciones de “diálogo” irá llegando a la reciedumbre del pueblo venezolano, que dejándolo solo sus hermanos latinoamericanos, terminará recuperando su libertad.