Editorial: País extraviado

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A los venezolanos de hoy les cuesta mucho trabajo reconocerse en ese país desflecado que todos resistimos y que pisa, todos días, una autoridad que está muy lejos de ser digna del menor respeto. La patria, que es sobre todo un sentimiento, se ha vuelto algo indefinible, dudoso, en la infectante propaganda, y en la acción de quienes la usurpan y cometen el absurdo de degradar al pueblo en su propio nombre, como si se tratara de una gesta revolucionaria envilecer a las masas hasta convertirlas en sombras, apenas, de lo que un día fueron. La camarilla en el poder vaga tras los pasos de la utopía marchita. Mienten, se burlan con descaro, humillan, y luego pretenden ser agasajados por eso en los banquetes de la perpetuidad.

El arte de gobernar dejó de ser un método para ordenar, administrar una hacienda que es pública, y redimir. No hacen más que renegar del honor y de los valores. El plan es, en esencia, más allá de toda retórica inflamada, cercar a una manada de ex ciudadanos, sin más opción, en esta larga noche, que la de estirar sus manos mendicantes, rendidas, a la espera del favor, del mendrugo. La satisfacción de necesidades básicas, trocada en bestial instrumento para la sumisión.

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Se tenía la sospecha de que el fulano CLAP no era más que un invento postrero, agónico, con miras a reparar una popularidad maltrecha, sin reversa posible. Ahora hay plena certeza de que eso es así. Está claro que si se repite la misma fórmula de siempre, ideada esta vez por asesores españoles bien servidos en euros, es fácil anticipar el resultado. Esas siglas, CLAP, hablan de Comités Locales de Abastecimiento y Producción. A juzgar por el descontento, y hasta la rabia, que se percibe en las calles, el “abastecimiento” no ha podido traspasar las alcabalas de la inoperancia, de la corrupción, del desvío, de la discriminación política, odiosa e ilegal. Delitos de lesa humanidad han sido perpetrados a cuenta del hambre que, por acuciante, sobre la marcha no tarda en descubrir desesperados cauces en el disturbio, en el saqueo. No hay miedo capaz de amarrar, ya, tal brusquedad, amarga, desbordante, espontánea. Es más, ¿no hubo celebración oficial de asonadas, las más sangrientas, elevadas a fechas patrias; no glorificaron El Caracazo, como símbolo de rebelión popular?

Y, otra cosa, ¿a cuál “producción” alude el CLAP? ¿Qué produce el Gobierno, que no sea miseria, frustración, desengaño? ¿Es “producción”, acaso, obligar a las cadenas privadas de distribución de alimentos a entregarles, manu militari, decreto de emergencia por delante, lo poco que iría a sus estantes? ¿Acabarán así con el bachaquerismo, que es su creación? ¿Quién puede ser tan ingenuo a estas alturas como para esperar que ese improvisado trasiego haga el milagro de que cada familia reciba en su casa una bolsa de comida, cada vez que la necesidad encienda sus alarmas? ¿Se registra algún movimiento a esta hora en los puertos? Y, ¿qué pasó con las fábricas confiscadas, con las fincas asaltadas, con los cultivos verticales; dónde está almacenada la comida suficiente para surtir tres naciones?

Tenemos, padecemos, un país extraviado. En avanzado proceso de desahucio. No lo encuentra el ciudadano común, tampoco la mente lúcida y mejor pertrechada. Es imposible identificarlo en la voz que en lugar de señalar derroteros, amenaza, resopla. En el diálogo minado, pervertido. En esa obstinación de estorbar la salida más digna y pacífica de todas: que hable el soberano. No se detecta a Venezuela en la palabrería insolente del estadista perturbado.

En la muerte de niños condenados por desnutrición severa. En la inconcebible negación de la ayuda humanitaria, por tacharla de “intromisión”. En las aulas vacías. En la justicia sin pudor. En las tinieblas que mitigan las velas y todas las demás oscuranas. En la profanación de tumbas. En el fusilamiento de quienes protestan por hambre. Tampoco en la cárcel, en el destierro, ni en la anulación de todo quien piense distinto.

“Esta republiqueta de vivos, sicarios y malhechores. Esto no es Venezuela”, ha sentido urgencias de gritar nuestro glorioso poeta Rafael Cadenas. “Esto, este solar de mansas colas de hambruna no es la tierra que parió a héroes independentistas” .

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