En la cotidianidad, una buena porción de los venezolanos, en las circunstancias actuales que vive el país, padece de la tensión arterial por efectos de la tensión política. Como es sabido, en términos elementales, la primera de ellas viene dada por la fuerza del bombeo del corazón y la elasticidad de los vasos sanguíneos. La contracción y la expansión en cada fase de los latidos, se denominan diástole y sístole, respectivamente. Obviamente, en sentido figurado, vale el símil: El país, desde hace rato padece de una tensión política sistólica, la cual hoy se agudiza en extremo, llegando al punto de una hipertensión arterial que como en el caso de muchos pacientes, tiene consecuencias graves para la salud.
El desabastecimiento generalizado, en todos los órdenes, con sus múltiples causas de tipo político, económico, social, ambiental, cultural, entre otras, alcanza niveles de dramatismo en el plano de la seguridad, en general, la cual incluye tanto la alimentaria como la relacionada con la salud. Nadie puede negar que la exacerbación de los conflictos en el orden político interno, como se evidencia en el discurso y las acciones de los actores en escena, tiene conexión con un tinglado internacional donde están en juego intereses asociados a la geopolítica supranacional. En ella participan: empresarios, gobiernos, líderes partidistas, eclesiásticos, y representantes de las organizaciones no gubernamentales.
La mano visible del mercado se aprecia en las relaciones que se tejen entre las grandes corporaciones transnacionales cuyo poder, en el mundo globalizado de hoy, es superior al que tradicionalmente detentó el denominado en su tiempo: Estado Nacional. Las instituciones internacionales, por intermedio de sus representantes, se sumergen en una política que solamente para los ingenuos aparece como neutra. ¿Es pura casualidad que en el debate político español, el tema Venezuela esté presente? ¿No nos dice nada lo que ocurre con el caso de la Organización de Estados Americanos, OEA?
El punto central de la agenda en discusión, en la Asamblea Anual de dicho organismo, reunida en República Dominicana es el desarrollo sostenible. La seguridad, es uno de sus pilares fundamentales. Incluye la salud y la alimentación y todo lo atinente a la calidad de vida. Además de las libertades democráticas (el principio de la autodeterminación de los pueblos, el diálogo como instrumento para la preservación de la paz y los derechos humanos), esto es, la dimensión política; al igual que la económica y la ambiental.
Qué alguien me diga, se me hace urgente, tarareando la estrofa con Gilberto Santa Rosa, cómo es que el Gobierno Nacional mide el costo político de la crisis en la salud, cuando en el mercado no se consigue ni un antihipertensivo para controlar la tensión arterial. Cuando el embajador venezolano en la OEA, Bernardo Alvarez, declara: “Creemos en la ayuda humanitaria, pero distinto es utilizarla en el marco que se está utilizando, que esconde un deseo injerencista que es inaceptable”. Cuando no hay anuncio, ni menor asomo, de la posibilidad de canalizar tal ayuda, más allá de la recepción de los envíos de medicamentos de China y los acuerdos con Pakistán para construir fábricas y laboratorios para producir fármacos nacionales.
Se necesita un operador político- institucional para materializar esa opción de diálogo, acercar las partes en conflicto y viabilizar tal ayuda en la coyuntura actual. La escasez también es neuronal. Se requieren oxigenantes cerebrales. Como advirtió JM Keynes, a propósito de la crisis económica, en los años 20 del siglo pasado: “En el largo plazo todos estaremos muertos”. La tensión política puede acarrear cadáveres insepultos.