Mucho de lo que se dice o se hace en nombre de la defensa de la naturaleza se supone que tiene fundamentación científica, pero no siempre es así. En el ecologismo hay dos posiciones igualmente graves: una es el catastrofismo, sustentada por quienes anuncian el fin del mundo por una debacle ecológica, la otra es angelical: que nada va a pasar a pesar de todas las advertencias en contrario.
La ecología es una ciencia en pleno desarrollo que aún no ha terminado de iluminar todos los procesos que estudia. Es una ciencia compleja que requiere de muchos conceptos bien fundamentados y una necesaria visión sistémica. Por eso es fácil que de ella surjan generalizaciones y simplismos que un públicoindefenso los asume como verdaderos e inapelables por falta de una sana dosis de conocimientos y de un escepticismo que lo mantenga en guardia.
Uno de los problemas de la ecología es que sus hallazgos están basadas en datos muy sutiles que es fácil ignorarlos. Por ejemplo, quizás sabemos que el deshielo y del calentamiento global es causado por el CO2 y que es urgente revertir el proceso, pero seguimos abusandodel automóvil y quemando la basura y la vegetación. Simplemente no hacemos lo podamos hacer porque una visión catastrófica nos hace creer que nuestra pequeña contribución a la solución de un problema tan grande no es significativa. Y lo contrario también ocurre: una visión light del problema nos hace actuar irresponsablemente, como si en nada complicamos las cosas.
Para aceptar con confianza lo que la ciencia nos dice y actuar en consecuencia, hay que cuidarse de lo que lo que se dice hay que hacer: Por ejemplo, en materia de arquitectura sustentable muchos apoyan el retorno a los pequeños huertos familiares, a reciclar la orina y la caca que generamos, a construir el futuro a base de casitas individuales hechas por el propio ocupante, a no comer carne, a recurrir a los yerbateros para curarnos, etc. En otras palabras, nos proponen que volvamos a un modo de vida primitivo al cual es ya imposible volver. Estos ecologistas no dan soluciones prácticas para los 7.500 millones que ya somos ni explican el por qué sus soluciones serían las únicas posibles.
Obviamente, no todos los ecologistasactúan sin apoyarse en la sana práctica de la duda científica ycrítica, una carencia propia de los espíritus religiosos que actúan basados en la fe, no en el análisis desapasionado de los hechos que la ciencia les pone enfrente. Actúan como los políticos marxistas que nos desgobiernan proponiendo soluciones inviables. Aferrados a sus dogmas, no se preguntan el por qué no ha ocurrido la tantas veces anunciada caída del capitalismo, o las razones del colapso de la URSS ni por qué los antiguos países comunistas han adoptado abiertamente la economía capitalista.
Necesitamos, tanto en ecología como en política, más comprensión de los hechos reales y menos actos de fe.