El señor Claudio González fue un conocido comerciante de Barquisimeto, quien levantó una gran familia en base a su trabajo honesto y esfuerzo personal. Debió sentirse muy feliz por sus hijos: Miguel Ángel, de profesión médico; Hernán Rafael, ingeniero; Claudio Miguel, músico; y Eduardo Iván, profesor. Todos, hombres útiles a la sociedad, a la familia y al país. Y lo mejor, con profundas convicciones cristianas ligadas a la Iglesia Adventista del Séptimo Día, cuya única regla de fe es la Santa Biblia.
El motivo que me mueve a escribir sobre este caballero es por ser un vivo ejemplo del hombre trabajador. Él, junto a la difunta madre de estos muchachos, se ocupó de sembrar valores familiares, espirituales y morales en ellos. lo cual le permitió recoger una buena cosecha en el tiempo y sentirse gozoso hasta el final de su vida. La otra razón: porque es el padre de mi amigo, hermano y colega profesor Eduardo Iván González, columnista del Diario EL IMPULSO, a quien hacemos llegar nuestras más sentidas palabras de condolencia. A su esposa la Dra. Susana Rodríguez de González y a sus queridos hermanos.
Tenía 95 años de edad el señor Claudio y conservaba una lucidez mental que le llevaba de manera cómoda a abordar cualquier tema actual, con criterios propios y bien sustentados. Lo certifico, por cuanto en varias oportunidades tuve el privilegio de dialogar con él acerca de mis escritos en este Diario, con lo cual este servidor salía fortalecido. Esta lucidez le permitió observar también, con lógica preocupación, la difícil situación que se vive hoy en este país. Y sus breves comentarios eran elementos verbales que edificaban.
La isla de Bonaire tuvo el privilegio de recibir en sus entrañas el cuerpo de este buen hombre. Se encontraba allí, disfrutando de la bendición prodigada por Dios a través de sus hijos. Ellos hicieron suyas las recomendaciones vertidas a través de la palabra inspirada que dice. “Los ancianos también necesitan sentir la benéfica influencia de la familia. En el hogar de hermanos y hermanas en Cristo es donde mejor puede mitigarse la pérdida de los suyos. Si se los anima a tomar parte en los intereses y ocupaciones de la casa, se los ayudará a sentir que aún conservan su utilidad. Hacedles sentir que se aprecia su ayuda, que aún les queda algo que hacer en cuanto a servir a los demás, y esto les alegrará el corazón e infundirá interés a su vida”. Libro Ministerio de Curación. Pag. 155 Elena de White. Evidentemente estos hijos lo hicieron. Y siempre tuvieron en mente el cuarto mandamiento de la Ley de Dios: “Honrarás a tu padre y a tu madre”.
Una mañana su nuera le fue a llamar para invitarle a tomar el desayuno y no pudo responderle. La muerte, esa intrusa que trajo la transgresión del pecado había tocado su puerta. Durmió en la paz del Señor. Nos recuerda cuando el Señor Jesús les dice a sus discípulos: “Lázaro duerme y lo voy a despertar”. Y Dios amplía su promesa que cumplirá: “Pues el Señor mismo descenderá del cielo con voz de mando, con voz de arcángel y con la trompeta de Dios, y los muertos en Cristo se levantarán primero”. 1 Tes. 4:16. Allí lo veremos, pero antes, si nos hemos alejado de lo aprendido. Si lo hemos olvidado, obviado o postergado. Es el momento de una nueva entrega. Incondicional. Al Evangelio de Salvación de nuestro Señor Jesucristo, por cuanto el tiempo de su visitación no está cerca, es inminente. ¡Hasta el próximo martes Dios mediante.