Gervasio no atendió más el llanto de su mujer. Miró la piel amarillenta del Wuilito y se fue vadeando los charcos del callejón mientras trataba de olvidar el dolor que le atenazaba el pecho. No recordaba si había sido ayer o antier cuando el portugués del abasto que está en la avenida le había regalado una bolsa con borra de café. Sirvió para un pocillo de guarapo y Pastorita guardó el resto para el tetero.
Dos esquinas más adelante estaba el grupo, todos con franelas rojas. Movían bultos entre el camioncito y el portón de la casa del concejal y creyó ver empaques de leche y paquetes de harina. “Siempre fui del proceso”, pensó, “…voté en todas las elecciones y asistí a las marchas. Me afiliaron a las Misiones, pero por írseme la lengua no siguieron pagándome y me quitaron el trabajito de barrendero en el Centro de Salud”.
El corazón le brincó cuando vio a Katiuska. Estaba emperifollada, pero se afanaba manejando carpetas y dando órdenes. Habían llegado juntos al barrio para construir sus ranchos. Ella se hizo líder y hasta tenía una foto donde aparecía con el comandante; eran panas desde esos días y por eso la hizo madrina del muchachito. Seguro le daría unos potes de leche y algunos paquetes de harina; hasta arroz le entregaría su comadre. Ella lo divisó caminando hacia el grupo, volteó sin sonreírle y una tenaza de miedo lo hizo trastabillar cuando la tuvo al frente. Junto al perfume que ahora ella usaba, vino el desprecio: “Tú firmaste. Ahora come de la amarilla…”
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¡Qué vaina…! Otra vez el ruidito del aire acondicionado. Me pasa por apurado; una RangeRover no se le puede entregar a cualquiera. El vendedor me lo dijo en Houston cuando fui a cerrar el negocito inflado de los taladros. Desde que comencé a chambear con Marcos, el empate de Jackeline, esta fue la movida mas sustanciosa; bueno, nada comparado con el negocio colombiano. Quien iba a creer, en el liceo era un pendejo, pero se metió en la Academia y resultó siendo uno del anillo de seguridad que tenía el Comandante Supremo. Jaky le pidió que me ayudara cuando salí de Tocorón después de estar encanado por vender la yerba del flaco Demetrio. Él me dijo que necesitaba tipos duros y si yo había aguantado dos años allí, seguro le servía. Empecé bajito, haciéndole mandados, pero le respondí. Algunos malagradecidos lo habían robado tomando fajos de los billetes que transportaban en bolsas negras, pero por desleales amanecieron flotando en El Guaire. Verrr…, cómo maneja dólares ese tipo. Yo ya era su hombre de confianza cuando aquel gordo cara e´sapo, su socio y abogado, le formó el holding de las off shore. Recuerdo bien el primer encargo grande: llamó al capo petrolero, llegué a La Campiña y el tipo ni me hizo esperar, así que cuando le entregué el maletín con clave que le había enviado Marcos, firmó inmediatamente el contrato y ordenó al tesorero un adelanto de treinta millones con la cara e´washington…”
“Ahh… era la cola del Bicentenario que ya está dando la vuelta. Que se frieguen; quién los mandó a darle la espalda a la revolución; ¿sienten ahora la guerra económica? Aló, aló,… sí, hola camarada….! ¿Me tengo que devolver al hotel? Bueno, está bien, yo los busco; no importa que solo hablen chino; vienena disfrutar el cumpleaños del gran jefe y a gozar con esas jevas doraditas por el sol que no se ven por allá. Las orquestas se fueron en los Yutong y deben haber llegado. ¿Llegaron?, perfecto…! ¿Hubo problemas con los vinos y el buffet? Me preocupé un poco porque acarrear todo eso desde Miami… menos mal que el piloto del Gruman sabe colearse entre nubes y radares, je, je. Ok, quiero llegar rápido y entregarle al jefe elHublotde platino que le compré como regalo. Chao pescao”.