El pecado siempre estará presente en el mundo, mientras el mundo que conocemos siga siendo mundo. Por eso Dios dejó previsto el remedio para todos nuestros pecados. Y ese remedio nunca falla: arrepentimiento y Confesión.
Dios está siempre dispuesto a perdonar al pecador que se arrepiente, como vemos repetidamente en la Biblia. Pensemos en el caso del Rey David, que por lujuria cometió una cadena de pecados gravísimos. Pero ¡eso sí! se arrepintió.(cf. 2 Sam.12, 7-13) Recordemos también a la mujer pecadora (cf. Lc. 7, 36 – 8, 3).
Dios perdona cualquier pecado, así sea gravísimo. Pero ¡ojo! ningún pecado es perdonado sin el arrepentimiento.
Ahora bien, el arrepentimiento puede ser “perfecto” o “imperfecto”, llamados “contrición” o “atrición”. Y ambos sirven para recibir el perdón en el Sacramento de la Confesión, pero por supuesto el arrepentimiento perfecto es mucho mejor.
¿Qué es eso del arrepentimiento perfecto? Es el que hacemos porque sentimos de veras que con nuestro pecado hemos ofendido a Dios, quien se merece toda nuestra lealtad y todo nuestro amor. No siempre nos arrepentimos de esta manera. Pero es saludable buscar esta forma de contrición.
¿Y por qué es tan importante la contrición perfecta? Porque Dios acepta nuestro arrepentimiento -inclusive de los pecados graves- ¡aún antes de confesarlos! Se ve claro entonces que es conveniente arrepentirse de manera perfecta enseguida de haber pecado.
Por supuesto, estamos obligados a confesarnos a la brevedad. Pero si acaso nos sorprendiera la muerte antes de la Confesión, nuestros pecados están ya perdonados si tuvimos un “arrepentimiento perfecto”. Por eso se ha dicho con sobrada razón que la contrición perfecta es la llave del Cielo.
Veamos lo siguiente: no todos tienen la posibilidad de tener un sacerdote en el momento de la muerte. Entonces, si se diera el caso de que tuviéramos que ayudar a alguna persona moribunda y no hay un sacerdote disponible, debiéramos ayudarla a hacer una “contrición perfecta” de sus pecados.
Sin embargo, la bondad y misericordia de Dios que no tienen límites, tampoco nos exige como indispensable para el Sacramento de la Confesión el arrepentimiento “perfecto”. El permite que nos arrepintamos también de una manera no perfecta. Se llama “contrición imperfecta” o “atrición”. Se trata del arrepentimiento por temor. ¿Y temor a qué? Temor a las consecuencias de nuestro pecado. Y no se trata de las consecuencias humanas que también acarrean nuestras faltas, como podría ser, por ejemplo, una pena legal por un robo o un asesinato. No, las motivaciones humanas no sirven para el arrepentimiento. Se trata de las consecuencias sobrenaturales que el pecado conlleva: el castigo eterno del infierno, al que ciertamente hay que tenerle miedo. Y Dios es ¡tan bueno! que le basta como arrepentimiento ese miedo al infierno.
Ambos arrepentimientos requieren de la Confesión Sacramental. El perfecto es mejor. Pero el imperfecto, el del miedo a la condenación eterna también sirve para recibir el perdón de Dios en la Confesión.
El pecado es la enfermedad del alma. Y Dios ha puesto a nuestro alcance el remedio que no falla y además nos ha dado distintas opciones. ¡Cómo no aprovecharlas: arrepentimiento (perfecto o imperfecto) y Confesión!
¿Por qué hay que confesarse con un sacerdote?
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