Los déspotas carecen de originalidad, pero los psuvecos no tienen ni pizca de esa virtuosa condición. Sus conductas son calcadas de antiguos o recientes predecesores. Tan es así que veo muy neroniano al ungido. El país arde por los cuatro costados y el tipo baila y como si tocara cuatro, ese instrumento de cuerdas que debe tener sus orígenes en la lira, la misma con la que se acompañaba Nerón, mientras el fuego consumía el área del Circo Máximo en Roma.
Nerón fue un emperador del espectáculo. Actuaba, cantaba y hacía sonar varios instrumentos musicales, más como un vicio del ególatra que como artista. Adicto a los aplausos de cortesanos, plebeyos lisonjeros y aduladores, los dividió en facciones para que aprendieran diferentes modos de aplaudir. Eran focas amaestradas para complacerlo cada vez que estaba urgido de gloria y alabanzas. Esto me recuerda los Aló, Presidente, del difunto, que hizo de Venezuela un escenario por los cuatro puntos cardinales. El circo se montaba en cualquier estado, y gracias a la tecnología y al chorro de dólares, el país se convertía en una suerte de teatro global, con un solo actor en escena. Cual Nerón, pues.
El público presente -casi siempre el mismo- con un Maduro en primera fila, que jamás faltó a la cita y no se cansaba de reír chistes malos, ovacionar con pasión y escuchar aquel palabrerío vacuo, lleno de sandeces, tópicos y lugares comunes. Siempre me costó entender cómo académicos, investigadores, doctores con títulos de las mejores universidades del mundo, podían aplaudir hasta la extenuación, como si estuviesen escuchando a una combinación de Mick Jagger con Uslar Pietri.
Los déspotas tienen egos tan inflados que nunca hay suficiente cuerpo para albergarlos. Se desborda su inabarcable yo, y necesitan ser adorados por el resto del género humano, pues se sienten el centro de la vida de todos y derrochan, especialmente lo que no les pertenece, para comprar voluntades, vítores, ovaciones y aquiescencias, aquí y acullá. Despilfarran en todo tipo de lobby, pues nadie en el mundo mundial debe perderse la oportunidad de adular y adorar a estos redentores, quienes machacan y le hacen la vida imposible al pueblo del que abusan. Gente como Sean Pen, Danny Glover, sólo tienen ojos para el tirano: jamás ven a las víctimas que suelen contarse por millones.
Los nerones de hoy ni siquiera cantan o se suben a escenarios reales. Con los recursos tecnológicos de estos tiempos montan una tramoya, levantada sobre el aparato de propaganda del que disponen, y le hacen creer a los espectadores de la aldea global que los acompaña una multitud, cuando en realidad son cuatro gatos arreados y arrechos, obligados a escuchar locuras y mentiras en medio de las más disparatadas peroratas. Hasta para los fanáticos más ciegos y descerebrados esto tiene que ser una tortura, como las que Nerón desplegaba en las noches del imperio romano, solo para divertir su crueldad.