Las horas perdidas

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Emulando al escritor cubano Alejo Carpentier en su obra “Los pasos perdidos” y al nombre de uno de los salones del Congreso de España, en la Venezuela de hoy podemos hablar de las horas perdidas. Quién puede repararle a la provincia venezolana las horas perdidas por los cortes de electricidad. Quién puede devolverle al ciudadano que hace una cola de horas, el tiempo en que permaneció en la proximidad de un supermercado buscando alimentos. Dónde está el reparador de las horas de calor, estrés, desespero, carestía de la vida.

Inmersa en la desventura está Venezuela estrangulada industrial y comercialmente. Un país anestesiado, enfermo, consolado desde el poder con nuevos decretos prometedores, con ejercicios militares inútiles, con hambre en los pueblos. El gobierno en vez de remediar la escasez, está empeñado en racionar el consumo. Ha rechazado recientemente el gobierno la ayuda de España y del Vaticano a través de Caritas, de alimentos y medicinas. La Canciller Rodríguez dijo en Washington que en Venezuela no hay escasez de nada. El colmo del descaro.

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Los gobiernos de Chávez y Maduro arruinaron a la clase media, expropiaron a inversionistas, le dieron rienda suelta a la corrupción militar para mantenerse en el poder, destruyeron la empresa eléctrica donde tenía poderoso motor el progreso.

Mientras tanto nos convocan algunos a esperar, se elogia la oportunidad de acabar con esta pesadilla, se hacen conjeturas. Es inútil perder el tiempo en conversar con un gobernante ajeno a todo escrúpulo. No se puede dialogar con quienes han destruido el país. La posición de los componedores es una complicidad activa y pasiva, donde la solución pone de lado los ideales y la aproxima a una caja de favores para los que buscan como el Gatopardo que algo cambie para que no cambie nada.

Maduro y sus secuaces deben ir presos. No se dialoga con los hambreadores de un pueblo. Dejar el país sin electricidad, sin ascensores en funcionamiento, con centros comerciales y supermercados venidos a menos, con malaria, es una cosa imperdonable.

Hay muertos en las emergencias de los hospitales, hay médicos, como en Mérida, en huelga de hambre por esta situación, en las aulas de escuelas y universidades estudiantes desmayados por desnutrición. Una madre suicidada porque no consigue comida para los hijos, madres que dejan hijos abandonados a las puertas de los mercados, peleas en los basureros urbanos para obtener comida desechada. Saqueos de camiones con alimentos en las carreteras. Empresas cerradas por falta de divisas y materia prima.

Con este panorama, puede pedírsele a una nación que tenga paciencia. Era Séneca quien decía que “el hambriento no razona, no le importa la justicia, ni las oraciones”; y Zinmermann remarcaba “el hambre es la madre de la cólera”. Necesitamos que este gobierno muera, para que nazca una nueva Venezuela.

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