La fundación de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) obedeció a la aspiración de los países productores de controlar esta riqueza no renovable y eventualmente usarla como mecanismo que impulsara su transformación económica y social.
El petróleo, que entonces era explotado y comercializado por las corporaciones internacionales, que además manipulaban las fluctuaciones de los precios, dejaba ganancias marginales a los países de donde se extraía. Al comienzo, la noción manejada por sus creadores, en que el venezolano Juan Pablo Pérez Alfonso jugó un rol determinante, apuntaba hacia la constitución de un bloque de países cuya meta era fundamentalmente la coordinación de las políticas petroleras de los estados miembros, que propiciara niveles de precios estables y justos, que pudieran traducirse en desarrollos reproductivos diversificados.
Así el 14 de septiembre de 1960 los anfitriones iraquíes, más Arabia Saudita, Irán, Kuwait y Venezuela, crearon mediante el Pacto de Bagdad, la OPEP. Posteriormente fueron sumándose otros países productores. Actualmente suman 13 miembros.
Con el tiempo, la OPEP se constituyó en el primer ejercicio exitoso de soberanía productiva proveniente del tercer mundo, sirviendo de ejemplo para otras asociaciones de países exportadores de materias primas.
Para 1973, año de la confrontación árabe-israelí y el consiguiente embargo petrolero contra los países occidentales, la OPEP producía el 55,5% del total global, además de concentrar el 66,3% de las reservas mundiales. Hoy, 55 años después de su fundación y a cuatro décadas del embargo petrolero, la organización que continúa albergando las más grandes reservas ha disminuido su participación en el mercado petrolero internacional, a un tercio de la producción mundial. Ello ha mermado la eficacia de la vieja fórmula de “reducir producción para subir precios”.
La OPEP hoy
La posibilidad de que el rol de la OPEP en el mercado petrolero internacional pudiera perder importancia siempre ha estado planteado, solo que en estos tiempos la organización tiene que lidiar con factores para los cuales el tratamiento estratégico es sustancialmente diferente a lo enfrentado anteriormente.
Predecir con certidumbre los retos que deberá enfrentar la organización en los próximos decenios obliga a un análisis prospectivo de cierta magnitud; sin embargo, entre los factores que inevitablemente ponen en riesgo su vigencia y la estabilidad política-económica de los países que la integran destacan:
1. La irrupción de viejos y nuevos productores (Rusia, EEUU, Canadá, Noruega, México, Brasil) que han incrementado exponencialmente la oferta alternativa.
2. El creciente uso de petróleos no convencionales, obtenido por técnicas novedosas como las explotaciones off shore y el fracking.
3. El cambio tecnológico, propiciador de una nueva revolución industrial donde la combinación de tecnologías físicas, biológicas, robóticas y digitales, sumadas a la inteligencia artificial, pudieran hacer perder relevancia a la explotación masiva de materias primas.
4. La cada vez más generalizada conciencia de frenar el calentamiento global, siendo señalados los combustibles fósiles (petróleo, carbón y gas natural) como los principales responsables. Esta realidad está impulsando un viraje hacia el uso de combustibles renovables y energías limpias.
5. Porque internamente las apetencias y aspiraciones en el seno de la OPEP no son homogéneas, producto de rivalidades que muchas veces escapan a las consideraciones estrictamente económico-financieras. Estos aspectos, parecieran poner en duda la sobrevivencia de la organización en las próximas décadas.
En este orden de ideas, el ejecutivo petrolero ruso Igor Sechin, presidente de la empresa Rosneff, comentaba que “los factores que están influyendo sobre el mercado son las finanzas, la tecnología y la regulación…respecto a la OPEP, prácticamente ha dejado de existir como una organización unida”. (Reuters, 10 de mayo 2016)
Más allá del petróleo…
La Cumbre de París sobre el Clima (Cop21) apostó sobre la necesidad de una transición que impulse la eficiencia energética, privilegiando el uso de las energías renovables.
Gigantes de la industria petrolera como Shell, BP, ExxonMobil, Total, entre otros, han venido redimensionando sus objetivos e inversiones, tratando de adecuarse a un mundo más allá del petróleo.
Recientemente, el nuevo equipo de gobierno de Arabia Saudita, que produce un tercio del crudo de la OPEP, anunció su programa de reformas que contempla, entre otras medidas, la diversificación de la economía saudita para hacerla menos dependiente del petróleo, así como la eventual puesta en Bolsa de acciones de la estatal Aramco, la petrolera más grande del mundo, todo esto contemplado dentro de un proyecto llamado Visión 2030, que apunta hacia una economía post-petrolera.
El jeque Ahmed ZakiYamani, durante muchos años ministro de petróleo del Reino Saudí y ex secretario general de la OPEP, profetizó en septiembre del 2000 que: “…la edad del petróleo se acabará pronto, y no será por falta de petróleo…las víctimas serán los países con grandes reservas, con las que no podrán hacer nada.”
Aunque no es factible un cambio de paradigma energético en un período de tiempo reducido, estamos sin embargo en presencia de una tendencia clara, global y determinante que apunta, sin duda alguna, hacia un mundo post-petrolero. Mientras ello ocurre, países, compañías, inversionistas, organizaciones, bancos internacionales, comienzan un reacomodo para no quedar fuera del protagonismo que significa generar una nueva realidad en el orden energético, económico y geoestratégico.
Este escenario, que ya comienza a manifestarse nos impulsa a preguntarnos: ¿Se incorporará Venezuela a esta dinámica? ¿Formaremos parte de esta evolución? o ¿quedaremos al borde del camino? ¿Permitiremos que como algo anecdótico se comente en un futuro, que sobre las mayores reservas petroleras del mundo, existe un país miserable, estancado, improductivo, que no supo adecuarse a la transición hacia un nuevo modelo de sociedad moderna y creativa?