Caracterizado por ser un país repleto de riquezas e historias plagadas de gobiernos dictatoriales e ineptos en un pasado reciente, el país sigue estando de pie.
Si se toma como referencia a un gran escritor de nuestro tiempo, crítico, intelectual y político, como fue Arturo Uslar Pietri, él describía en una frase memorable: “Sembrar el petróleo“. No sin razón vislumbraba los designios prometedores de lo que sería el desastre nacional.
El suelo de nuestra tierra buena, desde principios de siglo al descubrirse el “oro negro” a flor de tierra, cambió radicalmente su curso y destino como país. Hemos sido una nación de contrastes, entre la riqueza repentina y la más profunda pobreza. Una diferencia arrastrada desde la colonia hace del venezolano un individuo pasivo, conformista y, por supuesto, pobre, ganado a la idea de una bonanza súbita y sin necesidad de esforzarse para conseguirla, circunstancia que seguimos padeciendo hoy.
Este elemento, el petróleo, importante para el mundo en manos de gente agnóstica en materia minera permitió enraizar la más penetrante dependencia económica de nuestro país. Se accedió a dejarla en manos ajenas e intereses ajenos a los nuestros, lo cual no solo reproduce la pobreza, sino que mantiene un círculo de atraso. Los recursos obtenidos por la renta petrolera no fueron reinvertidos ni administrados adecuadamente en la educación del pueblo, en la agricultura y en la creación de industrias propias.
En cierto momento de la historia venezolana la agricultura convirtió a nuestro país en una potencia económica en rubros ya bastante conocidos, como el café y el cacao. El uso indiscriminado del patrimonio, un inmenso capital mal utilizado, políticas económicas inadecuadas y mal aplicadas, contribuyeron a la devastación y el agotamiento de recursos naturales, renovables o no, además de una escasa preocupación por la rehabilitación de las mismas.
La idea de sembrar el petróleo no fue tomada en cuenta por ningún gobierno, ya que la abundancia no permitía pensar que esto algún día se acabaría. Si las estrategias hubiesen sido diferentes, si los recursos obtenidos por el negocio del petróleo se hubieran destinado a la industrialización del país y a disminuir de ese modo la dependencia extranjera, nuestra historia sería otra. Evidentemente, la abundancia económica forjada por el petróleo, cada vez nos fue haciendo más dependientes de otros factores de producción que no se generaban en nuestro país.
Actualmente no es difícil hacer un diagnóstico del problema que nos atañe. Seguimos teniendo petróleo y estamos colocados en un mercado mundial, pero los últimos acontecimientos en materia política y en particular petrolera, no nos diferencian de las circunstancias vividas hace ya varias décadas. Seguimos dependiendo de un volumen de producción y del valor del mismo en los mercados mundiales; este rubro ha sufrido merma tanto en la producción como en su comercialización.
En conclusión, nuestro país sigue siendo dependiente de los mercados extranjeros, tanto para las materias primas como para productos elaborados; nada producimos o muy poco. Nuestros campos agrícolas apenas producen para cumplir con los requerimientos internos, obligándonos a recurrir a los mercados extranjeros para cubrir las demandas internas, por lo cual seguimos en un círculo vicioso de sumisión. Nos resistimos a aceptar el calificativo de “excremento del diablo“, que en una oportunidad le asignara el experto petrolero Juan Pablo Pérez Alfonso a ese importante hidrocarburo: el petróleo. Valor y pa´lante.