Los sobrevivientes del primer ataque con bomba atómica están acostumbrados a escuchar grandes promesas de librar al mundo de las armas nucleares, pero es la primera vez que esas promesas provienen directamente del líder del país que arrojó esa bomba.
El sábado _un día después de que el presidente Barack Obama partió de Hiroshima tras una visita histórica_ había un sentimiento de gratitud _incluso de asombro_ de que él se hubiera convertido en el primer presidente estadounidense en visitar el lugar donde comenzó la era nuclear.
Sin embargo, también existía el reconocimiento lúcido de que las realidades de un mundo peligroso y volátil pudieran superar el llamado de Obama a que las naciones, incluso la suya, tengan «el valor de escapar de la lógica del miedo» del almacenamiento de armas nucleares.
Hiroshima celebra a sus sobrevivientes _un huerto no lejos del epicentro de la explosión atómica tiene un cartel que anuncia que esos «árboles bombardeados» aún florecen_, pero también existe escepticismo cuando encuentran otro llamado antinuclear, incluso uno del líder de la superpotencia del mundo.
«El mundo prestó atención a lo sucedido aquí, aunque haya sido por un instante, porque alguien tan importante como Obama vino a Hiroshima. Así que quizás eso pudiera mejorar un poco las cosas», declaró en una entrevista Kimie Miyamoto, de 89 años y sobreviviente del ataque a Hiroshima. «Pero no se sabe si va a marcar una diferencia, porque mucho depende de lo que otros países estén pensando».
A la pregunta de si la visita de Obama pudiera inspirar a esos países a abandonar sus armas nucleares, Miyamoto respondió: «No lo creo, porque hay muchas bombas en el mundo».
Una vez que Obama partió para Washington, la gente aquí estaba renuente a olvidar el viaje.
Hasta la noche, una cola en el Parque conmemorativo de Paz se extendía desde un arco de piedra que honra a los 140.000 muertos en el ataque del 6 de agosto de 1945 hasta un museo que narra las historias de algunos de esos muertos, a unos 200 metros de distancia. La gente esperó pacientemente por una oportunidad para fotografiar la ofrenda floral dejada por Obama.
Los residentes en Hiroshima seguían hablando de cómo vieron pasar a Obama en una caravana por las calles. La prensa documentó virtualmente cada momento de las dos horas que Obama pasó en la ciudad, en un gesto organizado cuidadosamente para tratar de sanar una vieja herida sin inflamar nuevas pasiones.
Más alá de la emoción por la presencia de Obama, existía además el amplio deseo de seguir el impulso de desarme.