Las voces de Penélope – Darle voz al que no tiene

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Casas abandonadas con letreros escritos de carrera, a brochazos: “Perdónanos, querida casa nuestra”. Se despedían de la casa como si fuera una persona. Escribían: “Nos vamos por la mañana” o “Nos vamos por la tarde”, anotaban la fecha, incluso la hora y los minutos.” Notas de varios niños sobre hojas de cuadernos: “No maltrates al gato. Las ratas se comerán todo”. o “No maltrates a nuestra Zhulka. Es buena” o “Cierra los ojos” “Casas selladas… las fotos cuelgan pero ni un alma. Los documentos tirados por el suelo, carteras, diplomas…”

Voces de Chernóbil” de Svetlana Alexievich, premio Nobel 2015, es mujer de mirada segura y dulce. Hay que serlo para indagar exhaustivamente en temas censurados, tales como Chernóbil;las mujeres soviéticas en la segunda guerra mundial; las madres que vieron partir vivos a sus hijos a Afganistán pero los recibieron en ataúdes de latón y la desintegración del “hombre soviético”, una vez desaparecida la URSS. Temas que dieron lugar a varios libros.

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«Respeto el mundo ruso de la literatura y la ciencia, pero no el mundo ruso de Stalin y Putin. Tampoco me gusta ese 84% de rusos que llama a matar ucranianos», afirmó a la TV sueca. Svetlana es periodista, nacida en Ucrania y criada en Bielorrusia; sus trabajos de investigación periodística se transformaron en obras literarias, en alianza entre el dato objetivo y la capacidad de transmitir los sentimientos, muchas veces encontrados, de los protagonistas anónimos de sus temas, afónicos que encuentran en su manera de escribir, el testigo que les da voz.

Al organizar el texto oído,lo convierte en espacio análogo a su escritura. Ella misma, desde la niebla radioactiva, esuna más de los seres que desfilan por el libro, indagando sobre las razones que le han llevado a estar allí, oyendo y transcribiendo como nunca sobre los entretelones del abuso del poder. Aborda acontecimientos muy importantes, que marcaron el siglo XX en lo que fuera la URSS, desde las experiencias de miles de seres, cada uno en una perspectiva distinta.

“El operador que estaba de guardia en la central apretó el botón rojo de emergencia unos minutos ante de la explosión. El botón no funcionó. Lo enterraron con metro y medio de planchas de hormigón, cubierto con placas de plomo.”,cuenta uno de los que fueron en los grupos de limpieza. Escribe la crónica de los seres anónimos, respetando su dolor y esa fuerza de sobrevivencia que persiste en los seres humanos para soportar la crueldad y la sinrazón de las guerras o de proyectos secretos como el de Chernóbil, tan secretos, que eran ignorados por quienes trabajaban allí, sus familiares o vecinos, seres que concebían hijos, laboraban y vivían en las cercanías del reactor, sembrando y recogiendo cosechas, cuidando sus granjas y mandando sus niños a la escuela. Sin saber que la muerte se escondía en el reactor.

Alguno de los chicos que fueron enviados al lugar para “limpiarlo”, sin uniformes de protección, obligados so pena de prisión o muerte, a recoger residuos, dice casi a gritos: “Era como quien lucha contra el átomo con una pala. Los tractores y excavadoras no llevaban conductor, eran teledirigidos. Nosotros marchábamos detrás de ellos para recoger los restos. Y respirábamos aquel polvo”. Eran hombres jóvenes que iban a todas partes con la misma ropa y botas que usaban en la limpieza del reactor. Obligados a mantener el secreto, creían hacer labor de patria: “No tengo claro cómo voy a morir. “Un amigo se hizo grande y se hinchó. Mi vecino estuvo allí. Se volvió negro como el carbón y se secó hasta el tamaño de un niño”.

“Coro” o “coral”, dice poco para referirse a su técnica de recolección de testimonios, en los cuales no interviene a la hora de escribirsino en el clima creado, para que cada uno de sus protagonistas suelte su voz, la más íntima, sin recelo ni vergüenza, coacción o invasión. Svetliana logra que estemos allí, agazapados en la sombra y el silencio pero sin ahorrarnos el dolor ni el espanto, ante la infinitud del dolor humano, la crueldad del poder hacia y en contra del pueblo, la inmensa soledad de sentirse desamparado en su desgracia, sin información sobre lo ocurrido, sujeto al vértigo de los acontecimientos.

Sobran los ejemplos de lo que significa un pueblo desaparecido: “Una casa abandonada. Cerrada. En la puerta una nota: “Querido buen hombre de paso: no busques objetos de valor. No los hay ni los hemos tenido. Haz uso de todo pero no los destroces. Regresaremos”.

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