La conciencia muestra lo que se debe hacer y lo que no se debe hacer, ya que en ella resuena la voz de Dios.
San Agustín escribió: «No hay ningún alma en cuya conciencia no hable Dios.
En relación al obrar humano se centra en oficios muy diversos, todos relacionados con el juicio moral. Por ejemplo: esta protesta lo malo, convence de culpa, abruma con sus reproches, castiga, agita, turba, avergüenza, oprime, atormenta, muerde, roe, aguijonea, hace una herida, es como un dardo, es una espina, pone al alma en luto.
La tarea más positiva que tiene la conciencia: da alegría y anima, su testimonio es ya una recompensa, admira el bien, incluso de otros, proclama que es hermoso practicar la misericordia, enseña el bien, recuerda el deber, lo dicta y lo sugiere, ofrece al alma un ideal de santidad, aconseja, exhorta, dirige con seguridad, refrena y retrae el mal, constituye un germen de virtud.
San Juan Crisóstomo manifestó que Dios ha dado la conciencia y la ley natural, es decir, ha impreso en nosotros la conciencia. San Ambrosio manifestó que el ámbito de la conciencia son las prohibiciones y los preceptos. También esta facultad humana está armonizada con la ley y ayuda a aceptar y cumplir los preceptos del decálogo, el mandamiento del amor y demás prescripciones evangélicas. invitando al cambio de costumbres y a la conversión, es decir, a cumplir la ley de Dios y los dictámenes de la conciencia.
Según san Basilio: «Todos tenemos en nosotros una juicio natural que discierne el bien y el mal… De este modo, tú sabes juzgar entre pureza y pudor. Tu razón se sienta en tribunal y juzga desde lo alto de su autoridad» Tenemos que ayudar desde los principios de Dios a que en la familia se viva de esta manera formar la conciencia por el camino seguro que genera paz en el hogar y en el alma.