Editorial: ¡Cuéntese!

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En cualquier sociedad del mundo la gente elige para las delicadas tareas oficiales a aquellos hombres y mujeres a quienes cree capaces de atender con habilidad y equilibrio los asuntos públicos, manejar con probidad la hacienda, garantizar el orden, sortear con sapiencia las tempestades que se presenten, y mantener en un nivel óptimo los servicios elementales, los que elevan la calidad de vida.

Los pueblos se han vuelto más avezados, mucho más exigentes. Cada vez se tolera menos la opacidad, el abuso. Todo derecho humano tiene ahora quién lo defienda con pasión. El hombre común es irreverente. La mentira en boca de quien lleva las riendas de una nación no tarda en ser castigada con airada repulsa popular. La globalidad amplificó los puntos de referencia social. El sentido de ciudadanía ha adquirido título de propiedad; se instaló en la conciencia colectiva.

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Y, ¿con qué nos topamos nosotros, aquí? Enterarnos de que el Presidente habla en cadena de radio y televisión, suscita la incógnita de con qué nuevo disparate vendrá. Quien por la naturaleza de su cargo, removible y transitorio, no es más que el primer servidor público, parlotea desde la pretensión de amo del país y del destino de sus súbditos. Su palabra es petulante, disociadora. En el paroxismo de sus heredados delirios, desparrama días no laborables al propio tiempo que celebra como iniciativa revolucionaria el acto de prolongar una emergencia económica que sólo abulta su precario poder, con el cual no sabe ya qué hacer. Peor aún, se trata de una emergencia que evidencia su desastrosa gestión, pues deriva del fracaso para administrar tanto la bonanza de ayer como la estrechez de hoy.

Lo que ocurre con la salud y la educación basta para descalificar a los autores de un descalabro canallesco. ¿Se pueden, acaso, reparar las vidas perdidas, o indemnizar tanto trauma infligido? ¿Cuánto costará recuperar valores como el de la contracción al estudio, al trabajo, el respeto, el acatamiento a la ley, la convivencia? ¿Qué se puede esperar de un Gobierno que incurre en el despropósito de declarar la crisis económica, marco legal que le brinda la posibilidad de gastar, mandar o prohibir, a su antojo, mientras niega obstinadamente que exista una crisis humanitaria en materia de medicinas, devolviéndole a tanto desahuciado la posibilidad de recuperar su salud, tan resentida? Por sus prejuicios cierra la frontera al auxilio dispuesto a venir desde diversas partes del globo terráqueo, pero se ufana de haber sido el primero en socorrer a Ecuador tras el terremoto. ¿Quién puede entender eso?

En medio de esta desazón que corroe el espíritu del venezolano y lo estruja con rudeza, día tras día, Nicolás Maduro vuelve a rellenar la pantalla para dictarles a los órganos de justicia, tan politizados, tan incursos de sumisión, no las urgentes tareas de procurar celeridad procesal, atacar la inseguridad, el drama carcelario y la impunidad, sino la de abrirle un juicio internacional al expresidente colombiano Álvaro Uribe, por unas declaraciones que él dio, a título personal.

Es más, llamó de inmediato a la FANB a realizar “ejercicios militares”, para encarar la “amenaza externa”. ¡Hasta cuándo! La amenaza está aquí. El caldo de cultivo para un estallido social se fragua entre nosotros, en un malestar social y político, hecho

en socialismo. La estratagema es clara: Cerrar “como sea” la vía del revocatorio presidencial, o al menos alargarlo hasta que las consecuencias sean leves para la casta aferrada al poder y sus privilegios.

“Tenemos que prepararnos para cualquier escenario”, pregonó un Presidente claramente abrumado por las circunstancias. Pues bien, el escenario está ahí, y es electoral. No lo rehúya. De una vez por todas, ¡cuéntese!

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