La grandeza del ser humano está en ser un hombre de conciencia, esta se alcanza por medio de la formación que debe generar un comportamiento moral. En efecto, si el hombre en todas sus facultades, desde la fuerza hasta la afectividad, pasando por la inteligencia y voluntad, necesita de formación, ¡cuánto más ese constitutivo íntimo de ser de la persona, «donde habla Dios», necesitará un inicial desarrollo y cuidado hasta llegar a adquirir una elevada perfección! La formación de la conciencia recta es una grave obligación moral, caso contrario se hace responsable de todas sus faltas aun de las cometidas con ignorancia.
En la educación de la conciencia abarca los diversos momentos de la vida. Es importante el estado inicial. Así como el desarrollo intelectual del niño se lleva a cabo desde la primera infancia, de igual modo ocurre con la conciencia, dado que entre ambos existe cierto paralelismo. En efecto, el niño nace sin ideas pero con una inmensa capacidad de adquirirlas debido a la racionalidad, de modo semejante nace sin ideas morales que va adquiriendo en virtud de esa capacidad de su propio interior que demanda el bien y el mal.
Es necesario tener presente en la educación de la conciencia la personalización, es decir, adquirir criterios morales demandados por sus propias convicciones personales y no a expensas del pensar de otros. Además es necesario la rectitud que consiste en que a través del conocimiento de la moral de la práctica se adquiera criterios rectos de actuar.
Los medios para la formación de la conciencia son diversos. Cabe enumerar, además de la formación intelectual, la reflexión personal, la sinceridad, el examen de conciencia, la confesión sacramental, la dirección espiritual.
Es necesario también en las etapas de formación en el hogar asumir los principios como norma para vivir el bien: la responsabilidad, honestidad, solidaridad, puntualidad, respeto, disciplina, orden, amor, fe, alegría, entre otros. No podemos olvidar que la primera ética del actuar se aprende en el hogar, la cual fortalece la vivencia de la ley natural, que es cumplir la voluntad de Dios.