Escribo con el temor a repetirme de nuevo, para hablar de la necesidad de un cambio que no admite más demora. No importa. Se trata de lo mismo y de satisfacer una necesidad espiritual y política que obliga a seguir adelante, sin tregua, sin pedir ni dar cuartel al adversario, sin aspiraciones personales o de grupo, pero con la mente puesta en el bien de la nación.
Venezuela está siendo destruida por la venalidad y la mediocridad de eso que llaman el alto gobierno cívico-militar de la revolución. En ese mundo temen profundamente al juicio que podría seguir a esta izquierda estéril e inmoral, protagonista del más terrible fracaso de que tenga memoria el continente americano. Han empantanado la vida de todos y desprestigiado a la izquierda decente, embarcando a los más pobres y liquidando cualquier manifestación de orden y de respeto a un ordenamiento jurídico desdibujado y sin vigencia.
En esta oportunidad invito a todos los compatriotas a leer con detenimiento el último documento de la Conferencia Episcopal Venezolana, las declaraciones del Secretario de Estado del Vaticano y a reflexionar sobre el significado de la carta privada de S.S. Francisco al señor Maduro cuyo texto desconocemos, pero que tenemos la certeza de que se trata de una invitación a la rectificación, al diálogo y a crear condiciones para una transición rápida, en paz y con plenas garantías para todos. La Iglesia Católica nuevamente asume el rol de vanguardia de la libertad y los derechos humanos. En la misma dirección trabajan todos los credos y religiones existentes en el país.
El régimen ha estimulado el terrorismo, el odio, la muerte, el macro y micro tráfico de drogas y otras desviaciones que explican las matazones horribles y crímenes horrendos en todo el país. La impunidad existente no es casual ni producto exclusivamente de la incompetencia gubernamental o del deprimente poder judicial que tenemos. No. Hay complicidad. Han hecho imposible el diálogo y la reconciliación con los de arriba, por debajo las cosas funcionan mejor, pero ese alto gobierno es el obstáculo mayor para conseguir la paz.
Este pueblo nuestro, pacífico y cívico, tendrá que ejercer su derecho a la legítima defensa. Nadie podrá censurarlo. Se trata de un ejercicio existencial, de una lucha inevitable. Tiene derecho a asumir y hacer lo que considera justo y necesario.
A estas alturas de la tragicomedia que vivimos, es un pecado mortal que alguien, civil o militar, le sirva a este gobierno. Uno de los contendientes va a caer como consecuencia de esta confrontación. Del desenlace dependerá el futuro de nuestros hijos y nietos.
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