Una economía cuyos indicadores se comportan de manera irracional no son resultado de una política económica coherente. Y la economía va mucho más allá de números y estadísticas; lo que está detrás de las cifras son personas, seres humanos que tratan de lograr objetivos comunes: trabajo estable, salud, seguridad, educación y sano disfrute, en pocas palabras: calidad de vida.
Esta calidad de vida es un concepto que cada día se nos hace más lejano, difuso e inalcanzable a los venezolanos. Vivimos en una crisis eterna que se reinventa y pareciera perpetuarse. Y es que una caída tan abrupta del 5% en uno de los principales indicadores de la economía como lo es el Producto Interno Bruto, de acuerdo a las cifras oficiales, da para un profuso análisis y mucha preocupación.
En primer lugar resulta inconcebible que el país con las mayores reservas petroleras del mundo esté viviendo una situación plagada de escasez, inflación, inseguridad y decrecimiento de su economía. Una contradicción o una profecía dicen los expertos: tener abundancia en recursos naturales no es garantía de desarrollo. Sin embargo, esto no debería ser una excusa para haber llegado a la situación en que estamos, sino más bien un elemento a considerar para formar parte de la estadística, para ser la excepción que confirma la regla.
Y en segundo lugar, si bien el gobierno reconoce la existencia de una “guerra económica” que ha sido incapaz de “ganar” o al menos «no perder”, el manejo de las políticas públicas dista mucho de ser eficiente y podría afirmarse entonces que la torpeza es utilizada de manera expresa como un instrumento de política económica. Los resultados lo evidencian, la guerra económica y la inflación inducida son dos arquetipos que se utilizan para justificar la propia incapacidad.
Por otra parte, es inaceptable estar en el primer lugar en inflación a nivel mundial. El 180,9% que presentan las cifras del BCV no son algo de lo cual enorgullecerse, pero pareciese que es la consecuencia de la aplicación de medidas dirigidas a lograr ese resultado. Se podría pensar que se hace todo lo humanamente posible por lograrlo: se instauran controles perpetuos a la economía que generan no sólo un incremento en el nivel general de precios, sino algo mucho peor, fomentan y promueven la corrupción; se expropian empresas productivas, se amenaza al productor, industrial o empresario, se implantan estructuras burocráticas ineficientes y se promulgan leyes que en vez de promover la producción nacional, la contraen, sólo por citar algunas.
Entonces, luego de varios meses de silencio e inacción se nos presenta un conjunto de medidas económicas totalmente incoherentes. La política de la torpeza recurrente vuelve a hacer de las suyas, con el detalle que el punto de partida siempre es más bajo y por ende el resultado va a ser más exiguo que el alcanzado la vez anterior. Pero no hay problema, porque pareciese que el objetivo es precisamente disminuir de manera gradual y progresiva la calidad de vida de los venezolanos, convertir la cotidianidad en una angustia y lo extraordinario en algo inalcanzable.
En fin, no hay revisión ni rectificación ni reimpulso, seguimos en la política de la inercia sin fin, de la improvisación. Los pronósticos no son nada alentadores, dados los resultados recientes. Las soluciones tienen un alto costo político que hasta los momentos nadie está dispuesto a asumir y mientras tanto la incapacidadsigue en su intento de arrebatarnos la esperanza. El futuro en una incógnita, aunque haya la certeza que las crisis no duran para siempre.