Se han cumplido tres años desde que fue investido Nicolás Maduro como presidente de Venezuela. El país ha retrocedido una década o más en todos los indicadores económicos y sociales, en apenas 36 meses. La anomia recorre cada calle de Venezuela y puede verse con claridad incluso en cifras: aumento en el aumento de linchamientos o en el crecimiento del número de agentes policiales involucrados en hechos delictivos.
Ni en lo económico, ni en materia de seguridad ciudadana Maduro ha tomado medidas coherentes. Tampoco ha tenido el presidente la fuerza política e institucional de dar un genuino golpe de timón. El país cual embarcación se dirigía, desde 2012-2013 a una poderosa tormenta que todos los instrumentos de navegación alertaban ya entonces, pero el capitán de la nave siguió el mismo rumbo que heredó.
La crisis la engendró el período terminal de Hugo Chávez en la presidencia de Venezuela, en especial con las decisiones populistas de la campaña presidencial de 2012. Sin embargo, al asumir Maduro y darle continuidad a todo lo que le dejó el comandante y su padre político, termina siendo él el responsable directo de la crisis. Los estudios de opinión pública evidencian que cada vez se cree menos en el relato oficial de que existe una “guerra económica” promovida por las empresas privadas.
Su debilidad o falta de capacidad –y a estas altura que sea una cosa u otra es irrelevante- impidieron que Maduro tomara las medidas necesarias para evitar que el impacto de la crisis fuese tan enorme, como el que se vive hoy. Además debe decirse que al revisar cualquier indicador económico o social, lo predecible es que en cuestión de meses la crisis estará peor en Venezuela. Por poner un ejemplo: según el Fondo Monetario Internacional la inflación venezolana de 2016 será superior al 700 por ciento, pero en 207 podría escalar más allá del 2.000 por ciento. No hay ningún rubro de la producción nacional que vaya a mejorar de forma consistente en el corto o mediano plazo.
La falta de decisiones por parte de Maduro, que ha terminado siendo un asunto patético, acrecienta cada día la crisis que va como aumentando como una suerte de bola de nieve que va descendiendo a toda velocidad por la cuesta.
¿El Presidente conoce la magnitud de la crisis y finge ignorancia o sencillamente está realmente ajeno a lo que pasa en el día a día de los venezolanos? Cualquiera de las respuesta que usted le dé a esta interrogante, sencillamente nos coloca ante un Presidente incapaz de sacar al país del atolladero. Si no pudo maniobrar al inicio de la tormenta, cuando en términos económicos y políticos tenía mayores recursos, menos podrá sacarnos ahora cuando estamos justo en el ojo del huracán y su credibilidad está en el peor momento de sus tres años de gobierno.
¿Maduro tiene interés en resolver la crisis o sólo se aferra desesperadamente al poder? Desde mi punto de vista lo que está en juego para el Presidente no es hacer un buen gobierno, ya no lo hizo y no tendrá capacidad de hacerlo aunque esté en el poder hasta 2019, dada su evidente incapacidad que ha quedado patente en tres años de gestión.
El que un político luche por el poder no lo demerita, es una acción consustancial a la vida política, en la antigüedad y hoy. Lo que sí descalifica a un político es que la lucha por permanecer en el poder se coloque por encima de los intereses de una sociedad, de un país. Esto es lo que estamos presenciando con Nicolás Maduro, especialmente en los últimos meses.
El juego al que juega Maduro es estar en el poder hasta 2019, o incluso más allá (así lo ha dicho). Esto tiene lugar en medio de la más severa crisis social y económica que haya conocido Venezuela en el último siglo. La crisis como tal tiene un papel secundario, diría que es una suerte de telón de fondo. Para Maduro y su entorno, los enchufados como bien se les llamó en su momento, lo sustancial de este momento es conservar el poder.
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