Aferrados al testigo como siempre, Juan Morillo, José Peña, José Carabalí y Hely Ollarves, fuera de las pistas y flotando en la cascada de la historia, dieciséis años después evocan la fractura de lo que fue la marca nacional de los 4×100 metros, los cuales, en parcelas distintas, acometían con “hambre de gloria”, esa misma que los instaló en los Juegos Olímpicos de Sídney en condición de auto-invitados de última hora.
Sí, a pocos días del cierre de inscripciones ellos estaban fuera de la gran cita atlética. Los cuatro, llevados de la mano por Valentín Marcano, parco en el decir, virtuoso en el hacer, en forma prodigiosa logró conjuntar con precisión suiza todo el talento que tenía en sus manos y en el Memorial Brígido Iriarte en Caracas lograron el registro de 39 segundos con 74 centésimas que rebasaba los 40 flat solicitado por la Federación Venezolana de Atletismo para poder tomar vuelo a territorio australiano, como en efecto sucedió.
En una sesión periodística con motivo del campeonato nacional juvenil en Barquisimeto, Morillo, Carabalí y Ollarves, porque Juan Peña no se presentó al llamado, se engolosinaron de nuevo con el tema y en excelente contrapunteo lo vivido, sin sordina, al unísono, al mejor compás como lo hicieran el 29 de septiembre de 2000 en Sídney cuando al marcar 39.45 echaron a pique un récord que tenía data de 34 años, los 40.10 que marcaron en el Estadio Nacional de Tokio el 21 de octubre de 1964 cuatro de los “superdotados” de los años 60, Arquímedes Herrera, Lloyd Murat, Rafael Romero y Hortensio Fusil, quien en ese momento tomó como suplente la plaza de Horacio Estévez, lesionado.
En ese sobrevenir de recuerdos, José Carabalí, certero en sus apreciaciones, al igual como lo era al momento de tomar su turno y enfrentar con gran técnica la curva final, fue cuando soltó la frase, es que “corríamos con hambre de gloria”. Ante el acierto, Morillo y Ollarves, silentes, se replegaron, bajaron el ritmo y, el periodista, a un solo renglón consiguió el título del trabajo.
Proceso de gestación
Las vidas de cada uno, en sus años mozos, discurrieron por separado. Morillo vio luz en el sector Cruz Blanca en los alrededores de la plaza Macario Yépez en Barquisimeto. Peña también es barquisimetano de cepa. Carabalí y Ollarves tienen sus raíces en San Felipe y en Petare-Caracas, respectivamente, pero conjuntaron fuerzas, ambiciones y agallas en la capital larense.
Sus vidas atléticas también tienen sitios distantes y entrenadores distintos: José Jacinto Hidalgo, Fabián Méndez, Humberto Mijares, Tomás Carabalí, César Martínez, Hely Ollarves, especie de troupe que bocetó las pautas de un trabajo que Valentín Marcano, en esa época con más de dos décadas como entrenador, ahora 43 años, hiló con virtuosismo.
Marcano, fijó metas y el equipo de trabajo: Fabián Méndez, Humberto Mijares, ambos entrenadores; Tony Fernández (sicólogo) y Milexa Figueroa (fisioterapeuta). También estableció responsabilidades en cada tramo y allí el gran acierto: Morillo, Peña, Carabalí y Ollarves.
Así, después de la clasificación en Caracas en la que nadie creía, la marca nacional en Sídney, rebanada 16 centésimas (39.31) un poco después por ellos mismos en los Juegos Centroamericanos y vigente hasta el 10 de junio 2012 en Barquisimeto en un Iberoamericano, cuando Jermaine Chirinos, Arturo Ramírez, Diego Rivas y José Acevedo fijaron el 39.01 de nuestros días.
Asignación asimétrica
El nudo gordiano de las postas, corta y larga, en el atletismo está en la técnica depurada que se debe tener al momento del cambio de testigo para retrasar en lo mínimo la progresión de la carrera, pero también existen otras dificultades, las cuales se deben resolver con amplios conocimientos y dominio de las situaciones.
Así procedió Valentín Marcano en ese momento y lo recuerdan los mismos atletas al momento del conversatorio.
A Juan Morillo le asignó la salida. Claro, asientan todos en la batalla verbal. Él, lejos, era poseedor de la mejor salida, adentro y fuera del país. Mucha fuerza, explosión, seguridad y concentración, eran sus signos vitales.
El oriundo de Cruz Blanca en Barquisimeto, casado y padre de dos hijos, abuelo, marcado en aquellos tiempos por un poblado bigote, marcó su inicio en una prueba en la pista del antiguo Politécnico hasta hacerse profesor de educación física y su momento duro en la trayectoria atlética, aparte de los bajos recursos, lo reflejó en una lesión del cuadriceps que lo afectó desde el 97 hasta el 2000.
José Peña acometía con mucha fortaleza la gran recta, la del frente. Era único en la fiereza que mostraba frente a sus rivales.
El también oriundo de Barquisimeto no acudió a la cita. “Él siempre fue misterioso”, acotó el trío y de inmediato la anécdota. Tan misterioso es que en uno de los viajes al exterior (Australia) por poco no vamos porque, sin motivos, no aparecía. Pero lo mejor es que al regreso casi nos pasa lo mismo, tampoco aparecía. Risa polifónica.
José Carabalí tenía la responsabilidad de la gran curva, la cual acometía con “técnica depurada”, como un diapasón marcando siempre los compases de la victoria.
Carabalí, venido de tierras yaracuyanas y ahora padre de una niña de 4 años, inició su vida deportiva en el fútbol, que abandonó luego por decepciones. Es el mayor del grupo (34 años), también el más alegre, cordial y el de mayor recurso verbal. De su autoría el título del trabajo y otras frases, entre ellas: “hay que querer, tener mucha fuerza interna y motivación para asistir a unos Juegos Olímpicos”, los cuales, en determinación clara, “hay que disfrutarlos”. Carabalí también superó momentos amargos –económicos- y lesiones, para convertirse hoy en dedicado empresario, dueño de gimnasios y de una cooperativa de productos cárnicos asociada a Cecosesola.
Helly Ollarves, el más silencioso, altamente expresivo con sus miradas, tenía a su cargo el remate al que se lanzaba como mucho “temple y concentración”. Era y sigue siendo, por las marcas vigentes en adulto, sub23 y juvenil, el más veloz del grupo y toda Venezuela.
El nacido en Petare, Caracas, radicado después en esa colina que engalana El Turbio, El Manzano, pasó un día por el campo Rafael Vidal en La Trinidad y le dijo a su padre que quería practicar atletismo. Complacencia inmediata y luego los éxitos, teñidos de momentos amargos cuando a los 16 años fue acusado de comprar una medalla y luego en 1999, el más difícil porque después de ganar el oro en los Juegos Nacionales, falleció su padre y primer entrenador, Hely.
Par de huellas
En colofón de todo lo conversado, al alimón en oportunidades, porque en otras el coro de voces, todas a la vez, invadía el recinto, un par de huellas. La primera, que se trata del único grupo de atletas, hasta los momentos, de una entidad en el atletismo que asume en su totalidad, con probado éxito, la defensa de la posta corta y la segunda, es que, después del fracaso de los Juegos Centroamericanos y del Caribe en Maracaibo en 1998, los “cuatro fantásticos” representan el punto de inflexión, el renacer de los buenos momentos que ahora empalagan.