Isis Giménez va por una medalla en Río 2016

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Desde las 5.30 am, Isis Raymari Giménez Suárez a diario se monta en la pedana de la vida y empieza, aliada con sus mejores elementos: preparación, esfuerzo y disciplina, a batallar en busca de su gran sueño, arriba del podio, sin importar el escalón, bañarse con las aguas del triunfo en las riberas de esa extensa, elíptica y desquiciante playa conocida como Copacabana en Río de Janeiro, coordenada principal de esa gran cita ecuménica, polideportiva, bautizada como Juegos Olímpicos.

Antes, en la búsqueda de una plaza con el seleccionado venezolano de florete femenino, una serie de obstáculos, vencidos uno a uno con tesón y enjundia. Al final, después de tantos esfuerzos, un pellizco a la gloria, ornado con grandes dosis de paroxismo el sábado 16 de abril en San José de Costa Rica, cuando, al saberse vencedora del preolímpico, definitivamente estaba en la nómina oficial de Venezuela -para ese momento- al lado de otros 60 connacionales, porque a ella, de acuerdo a la clasificación cronológica le correspondió el boleto 61 según las estadísticas del Comité Olímpico Venezolano (COV).

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En su intensa acción, luego del obligado trote mañanero cuando despunta el alba para el fortalecimiento de piernas, además de las funciones aeróbica y anaeróbica para oxigenación de las fuerzas del espíritu y del alma, Isis Raymari (segundo nombre que se debe a la combinación de su padre –Ramón- y el de su madre Margarita), asume desde las 9 hasta las 12 del mediodía, en labor tesonera de lunes a sábado, la sesión de pesas para entregarse después a la frugalidad del almuerzo y luego, como los guerreros, al reposo obligado para la renovación de condiciones y así emprender desde las 3 de la tarde hasta las 8 de la noche la acometida final, esgrima pura, sin límites, en todos sus sentidos.

Tarea sencilla, pareciera, pero con sentido, “preparación, esfuerzo y disciplina” como un leitmotiv, Isis, con un peso ideal de 59 kilogramos y un metro con 70 centímetros de estatura, apuntala también el quehacer histórico de la esgrima larense porque al concretarse su participación en la cita carioca, se convertirá en la primera mujer que irrumpe en unos Juegos Olímpicos. Clemente Piñero, un caraqueño de cuna, pero sembrado posteriormente en este trozo de tierra llamada Lara, con huella de atleta primero, luego entrenador y finalmente con un nicho en el Salón de la Fama del deporte guaro, abrió la trocha varonil en México 1968.

La entrega durante tres lustros, desde los 10 años hasta los 25 actuales, tiene ahora su recompensa, valiosa, con la esperanza cierta, reafirmada con su fe, de poderla edulcorar con una medalla en Río 2016, porque su frase de lucha es, “quiero una medalla”, como lo refiriera en la mañana del martes de esta semana en el apacible gimnasio de la UCLA en El Obelisco al momento que acudió a cumplir con sus obligadas sesiones de pesas y el encuentro periodístico, además, con un testigo excepcional, su novio Jhourbeht Cadevilla.

De la mano de su padre

Isis Giménez (con G como ella misma lo reafirmó) se montó en la pedana, ese corredor especial de 14 metros de largo con 1.5 o 2 metros de ancho, de la mano de su padre Ramón Giménez, quien se aprovechó de la amistad con la esgrimista y entrenadora Aura Requena para envolverla en el mundo de las armas y los combates, fascinante disciplina de la cual el escritor español Arturo Pérez Reverte hace una apología en su libro “El maestro de esgrima” (1988).

Desde el primer momento, entrega total. Su figura enjuta, con apenas 10 años de edad, a los cuatro meses estaba en su primera competencia en Cumaná en la que avanzó hasta el tableau 16. Poco a poco inició su escalada hasta dar con el primer título nacional en la categoría infantil B y lo hizo ante su gente, en Barquisimeto en el año 2001, para adentrarse hacia los puestos de vanguardia en citas y años sucesivos, acción paralela a sus incursiones en el exterior hasta que en el 2011, Enrique Da Silva, su actual entrenador la incorpora al seleccionado nacional adulto hasta dar, con mucho esfuerzo y entrega con el cupo olímpico y unirse así a Mariana González (2004-2008) y Johana Fuenmayor (2012) como las especialistas en florete femenino con presencia en los últimos cuatro Juegos Olímpicos.

Llanto y solo llanto

Reconoce Giménez, en el recuento a grandes trazos de lo sucedido, muchos de ellos con pasajes de olvido, que en el preolímpico en San José de Costa Rica sentía mucha presión en los minutos previos. “Había pasado by en las dos primeras rondas y al momento de enfrentar a la salvadoreña Irvana Caraballo, en las primeras salidas sentí mucha presión, luego vino la serenidad empujada por la necesidad de ganar y pude vencer 15-6”.

En el combate decisivo porque de ganarlo conseguía una de las dos plazas en disputa por la Zona Panamericana, “ante la argentina Flavia Mormandi salí abajo 7-1. Reaccioné para igualar 7-7, después 9-9, ella se fue arriba 10-9 y yo remonté 13-10 pero fui sancionada con dos salidas falsas y las acciones se pusieron 14-12. En el paso siguiente ella recibió tarjeta roja por salida en falso y así gané”. Restaba el combate final frente a la mexicana Nataly Mitchel, pero como las dos ya estaban clasificadas hubo un pacto, de honor entre las partes, y la cita, de armas, quedó pautada para después, en otro escenario.

Al querer revivir el momento, Isis, bañada por una cabellera que se extiende hasta la cintura y la cual arremolina detrás de la careta al momento de los combates, con la espalda adosada a una de las columnas que sostienen la estructura universitaria, guarda silencio. La mirada devanea por el horizonte y una leve sonrisa salpicada con un jadeo intermitente se hace sentir mientras sus manos se friccionan en busca de la frase adecuada. El silencio persiste…, como ese día, el sábado 16 de abril en tierra tica, para luego decir: “lloré, lloré mucho, no me salían palabras”.

El camino por recorrer

La “ruta olímpica”, como han dado muchos por llamarla, para Isis, que según la mitología egipcia en uno de sus epítetos traduce “Gran Maga”, ya tiene un buen trecho recorrido. Viene una segunda parte en su preparación, específica, y la misma será en Polonia desde el mes de mayo al lado de su entrenador Enrique Da Silva, quien viene a ser el último en una cadena que iniciara Aura Requena, siguiera Darwin Cordero y afianzaran, en ese orden, Moisés Requena, Josefina Escalona y Carlos Rodríguez, floretistas todos, de grueso calibre y mejores todavía en tiempos recientes en el tallado de las nuevas figuras.

Esa parte de la “ruta olímpica” que resta por transitar, dura e intensa, plagada de sacrificios, lejos de sus querencias, Isis Raymari espera sobrellevarla como lo hace ahora, con mucha lectura –“para calmar los nervios”- y música venezolana, recia, veguera, la del llano adentro que canta y baila con gran sentimiento, ese mismo que se manifiesta con mucha fe, esbozada en el “amén” que soltó al momento de la despedida y que rápidamente se incrustó en el firmamento crepuscular con la esperanza que pueda rebasar la amazonia brasileña y como un aura retome el 6 de agosto cuando vaya a escena en el Palacio Olímpico de Río en la cita a la que sólo acuden los mejores.

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