“Los pueblos que olvidan la historia de sus sufrimientos, están condenados a repetirla igual que sus sufrimientos”. (Santayana)
Recordar cruentas épocas en medio del espinoso momento en que vivimos, atiza inevitablemente la fogata de la ira y el descontento que dentro de nuestro pecho y cerebro aumenta su llama día a día.
Mientras hacemos cola para llevar a la casa lo que se consiga o lo que se les antoje vender, unos aprovechan las horas bajo soles inclementes charlando para distraer la impaciencia y el cansancio, otros nos dedicamos a recordar episodios tristes, similares y humillantes de crisis y hambrunas de tiempos idos que guarda en sus páginas la historia; esa que los pueblos olvidan y que hoy tristemente golpea a la patria de Bolívar.
No muere lo que desaparece, muere lo que se deja a la resignación, a la rutina, al azar o al olvido, muere la lucha que no se libra, la ilusión que olvida sus vuelos, la libertad que se entrega, muere la justicia cuando la ley se convierte en un adefesio vergonzoso, injusto e inútil.
El reclamo de los pueblos se produce por el descontento y falta de solución a sus necesidades y problemas por parte de sus dirigentes que ciegos, sordos e incapaces prefieren ignorar la obligación que tienen de gobernar para todos y cumplir el juramento que hicieron de proporcionarle: seguridad, protección, respeto, salud, alimentación, tranquilidad etc.
La palabra Holodomor fue utilizada en 1988 por el escritor Oleksa Musienko. Utilizó este término cuyo significado “matar de hambre” definía la hambruna con intención de exterminio, resultado de la política brutal e inhumana provocada deliberadamente por el autócrata José Stalin durante los años de 1932 y 33, que no solo afectó a Ucrania sino a buena parte de Rusia.
A falta de comida la mitad de la población murió de hambre. Las tierras de los campesinos fueron invadidas, parte de sus cosechas entregó el déspota a sus seguidores, la otra parte la exportó; no dejó al pueblo nada para su consumo alimenticio, aparte de esto cerró todas las fronteras. Sin esperanzas ni dolientes que pusiera fin a su tormento, murieron sin auxilio alrededor de diez millones entre rusos y ucranianos.
Nadie dijo nada cuando esto ocurría. Eso que predican en estériles Cumbres y acuerdos los “defensores” de los Derechos Humanos nacionales e internacionales no se cumple ante los abusos del poder de los autócratas. Ellos defienden sus puestos no a los pueblos.
La escasez de alimentos y medicinas, la falta de luz etc. están llevando poco a poco a Venezuela a padecer el calvario fatal de su propio holodomor, sin que se mueva un dedo para impedir el desastre de hambre y peligro de los enfermos a falta de medicamentos. Lamentablemente todo lo que hacen las instituciones que enfrentan el desastre, son torpedeadas desde el mismo poder. Similar al proceder malsano de Stalin, la indiferencia de no hacer nada y el desprecio hacia la vida de los demás siempre han sido utilizados por los autócratas para oprimir a sus pueblos.
Igual que en Ucrania aquí se nos prohíbe llevar comida y medicinas a los familiares que donde viven no consiguen, la distribución de la comida es selectiva, además de escasa no todos tenemos acceso a lo poco que se consigue y lo que llega principalmente se va a sus seguidores, comerciantes inescrupulosos y bachaqueros.
¿Qué nos espera entonces a los que pensamos diferente: morirnos de hambre, de enfermedades, de represiones o buscar otros caminos? Todo es preferible pero nunca resignarse a vivir de rodillas.