Con flores, velas y lágrimas, Ucrania conmemora el 30 aniversario de la explosión en un reactor de la planta de Chernóbil, el peor desastre nuclear de la historia. Algunos sobrevivientes dijeron que el caos de aquella época quedó marcado en su memoria para siempre.
En la localidad ucraniana de Slavutych, donde se reubicó a muchos de los extrabajadores de la planta nuclear, se celebró una vigilia a medianoche del lunes, y hay más ceremonias previstas para el martes.
Unas 600.000 personas, a las que se suele llamar los «liquidadores» de Chernóbil, fueron enviadas a luchar contra el fuego y a limpiar la peor parte de la contaminación de la planta. La explosión inicial del reactor mató a al menos 30 personas y expuso a millones más a un nivel de radiación peligroso.
El recuento final de muertos está sujeto a especulaciones por los efectos a largo plazo de la radiación, pero varía entre los 9.000 estimados por la Organización Mundial de la Salud hasta los posibles 90.000 del grupo ambientalista Greenpeace.
Treinta años después, muchos no pudieron contener las lágrimas al llevar flores y velas a un monumento dedicado a los trabajadores que murieron en la explosión. Algunos de los exliquidadores sobrevivientes se vistieron con batas y capas blancas para la ceremonia, igual que las que llevaron después del desastre.
Andry Veprev, que trabajó en la planta durante 14 años antes de la explosión y ayudó a limpiar la contaminación, dijo que los recuerdos del caos de 1986 seguían vívidos.
«Estoy orgulloso de aquellos hombres que estuvieron aquí conmigo y que ahora ya no están aquí», dijo.
Lidia Malysheva, una exempleada de Chernóbil cuya familia fue reubicada de Pripyat a Slavutych, dijo que los recuerdos del desastre están grabados en la mente de los sobrevivientes.
«Cada años venimos aquí y cada año parece que el desastre fue ayer», dijo. «La gente dice que han pasado 30 años, pero no puedo creerlo».
El desastre
El 26 de abril de 1986, a la 01:23:58 hora local, durante una prueba del sistema llevada a cabo fuera de los parámetros conocidos, y en un alarde de demostrar la solvencia de la tecnología nuclear soviética, en el reactor número 4 de la central, se produjo un salto repentino en la potencia. Diez segundos más tarde, el núcleo sufrió una explosión y se incendió, desatando el infierno en la tierra.
Sin ninguna forma de contención, y pese al trabajo a contrarreloj de los liquidadores, los heróicos trabajadores y voluntarios que se esforzaron para mitigar los efectos de la radiación después de la catástrofe, sabiendo que provocaría su propia muerte, el contenido radiactivo fue transportado en el aire por el calor de la quema de grafito del núcleo.
El verde de los bosques se convirtió en rojo nuclear. Una zona prohibida en la tierra en la que el hombre no podrá volver a poner un pie sin preocupaciones hasta dentro de miles de años, contaminada con niveles de cesio radiactivo-137, estroncio-90 y isótopos plutonio en umbrales incompatibles con el desarrollo normal de la vida humana. En el bosque, ahora rojo por la radiación, los niveles multiplican por 20 los de Hiroshima y Nagasaki tras las explosión, 30 años después.
«Zona muerta»
La Zona de los 30 kilómetros, la Zona Muerta, la zona de exclusión, la Cuarta Zona… son algunos de los nombres que recibe la única zona prohibida, literalmente, para el hombre en la tierra, fruto de las acciones del propio hombre. Hoy, 30 años después los 30 kilómetros que separan la vida de la muerte se han convertido en una atracción turística.
Todos los pueblos en un radio de 30km de la central fueron evacuados y se encuentran custodiados bajo control militar. A día de hoy, la Zona Muerta abarca una superficie de 2.600 kilómetros cuadrados, y solo 500 residentes y unos pocos visitantes al año, pueden ser testigos del fin del mundo que se desató que desató en Chernóbyl.
Una de estas poblaciones era Pripyat, construida en la década de 1970 para alojar a los trabajadores de la central y a sus familias. Alrededor de 50.000 personas vivieron en esta ciudad dormitorio repartidas en bloques de apartamentos rodeados de calles arboladas. Quince escuelas primarias, cinco escuelas secundarias, una escuela técnica, un hospital, dos estadios deportivos y un parque de atracciones siguen a día de hoy como testigos de este desastre.
Hoy, Pripyat y los 30 kilómetros que la separan de la civilización, son fantasmas. Sus calles están desiertas y sus bloques de apartamentos son ruina radioactiva en los que libros y juguetes se entremezclan con polvo radioactivo y basura nuclear.