La pregunta recurrente, infaltable en foros especializados y en tertulias de ocasión, es la siguiente. ¿Cuál debe ser el precio del dólar (tipo de cambio) apropiado, para dinamizar la economía? En general, con la premura del caso, la gente quiere una cifra, una respuesta precisa. Y hay quienes la proporcionan. A pesar de la insistencia, la respuesta carece de interés.
La incógnita se resuelve con ayuda de calculadora de bolsillo, por tres métodos conocidos que arrojan estimaciones razonables. Ese no es el problema. Determinar la cantidad de bolívares a intercambiar por un dólar, sin que se cause problemas al desempeño general de la economía, valga decir, un tipo de cambio de equilibrio, requiere dólares a disposición del aparato productivo nacional, bien corresponda al sector público o privado, que los ciudadanos tengan acceso a las divisas, puedan comprarlas o venderlas. Ha de tenerse presente –por contraste- que las cosas regaladas o apropiadas, no necesitan de precio bajo, ni justo, ni máximo.
El precio es dato imprescindible para realizar operaciones mercantiles y requisito indispensable para llevar la contabilidad. Ese no es nuestro caso. El problema es que no hay dólares, ni están en venta, si hubiese. Está negado el acceso a los dólares que provee el petróleo, patrimonio común de los venezolanos. Y está negada también la información acerca de quiénes reciben dólares preferenciales y cuántos. Ese es el régimen a sustituir.
Conviene llamar la atención sobre el hecho que cualquier iniciativa de corrección o ajuste del tipo de cambio no debería ser analizado o proyectado sin tomar en cuenta el marco político-institucional dentro del cual pudiera discutirse o instrumentarse. La determinación del precio de equilibrio tiene sentido sólo si se cumplen dos supuestos: disponibilidad de divisas y libertad de acceso. Justamente, lo que falta. Estas nociones se captan mejor, observando la ilusoria modificación del esquema cambiario, impuesto en el marco de la Emergencia Económica.
El público intuitivamente esperaba una devaluación, pensando que con esa medida, -así se pregona- disminuirían las importaciones de bienes que pueden producirse en el país y fomentar exportaciones distintas al petróleo. Se anticipó una especie de “término medio”. Un tipo de cambio cercano al mercado negro sería muy elevado y desataría los demonios de la inflación. Si muy bajo, próximo a la tasa preferencial de Bs. 6,30, tampoco serviría, reproduciría los males que pretendía evitar. El gobierno satisfizo las expectativas. El público adivinó el esquema que puso en vigor el gobierno. En el marco de su objetivo “ni un dólar para la burguesía», no cabía esperar otra cosa. Así lo hizo. Estableció una tasa “protegida”, DIPRO, para compras gubernamentales y bienes esenciales a Bs. 10, más simbólica que real. Y otra, de Divisas complementarias, DICOM, que arrancó en Bs. 200 y se aproxima a la fecha a Bs. 350. Se espera que, andando el tiempo, la tasa flotante siga su curso ascendente, hasta encontrase a mitad de camino con la denostada tasa paralela, que descendería. La objeción es que no hay argumento que haga creíble un descenso del paralelo en un entorno inflacionario con escasez de divisas. Llegado a este punto, no queda más remedio que imaginar un decreto que declare inamovible la tasa paralela. Pero la cuestión de fondo es que el precio puede ser cualquiera: 300, 5500 o 10000 bolívares, o mantener tres simultáneamente. Resuelto en el papel el cálculo del precio adecuado, viene lo importante: ¿Dónde están los dólares?
Ese es el muro de la realidad con que ha de tropezar la potencia energética mundial y sus esquemas cambiarios. La misma idea con otros nombres fue presentada como la gran solución. El SICAD II, disfrazado después como SIMADI, se saca a pasear otra vez, empaquetado como DICOM, condenado al fracaso, igual que las versiones previas, por inejecutable. ¿Qué se puede intercambiar en un sistema que cierra el acceso a los usuarios y no tiene qué ofrecer? Es un caso similar al jabón de baño, puede discutirse interminablemente el precio justo, pero ¿dónde hay? Si PDVSA, único productor de divisas, comporta dificultades para honrar sus deudas, es mucho pedir que surta el esquema cambiario de emergencia. Entonces será la Divina Providencia quien los proveerá desatando una especie de desquicio colectivo, generalizado pero patriótico: los venezolanos acudirán entusiastas a vender en Bs. 300 lo que vale tres veces más en el mercado innombrable.
Estos trozos de ilusión patriótica constituyen una perdedera de tiempo, mientras nos agotamos en la espera del milagro del repunte de los precios del barril y se deteriora el nivel de vida. Quizás estas martingalas sirvan para engrosar una quimérica colección de ejercicios de entretenimiento masivo, a exhibir en el futuro como testimonio de una época de romanticismo económico en tiempos de catástrofe. O mejor, se conviertan en distractores para que la gente crea que algo se está haciendo.