«¡No sé a dónde vamos a llegar!», exclama con desazón Pedro Tarazona, un comerciante que como millones de venezolanos lidia desde este lunes con drásticos apagones que podrían resentir aún más la maltrecha economía del país petrolero.
Tarazona administra una carnicería en Santa Teresa del Tuy (70 km al sureste de Caracas), donde se empezó a aplicar un racionamiento de energía de cuatro horas diarias que abarca a ocho de los 23 estados venezolanos, debido a una prolongada sequía por el fenómeno El Niño.
Del plan original fueron excluidos Caracas y el estado Vargas (norte), y tampoco aplica en hospitales, aeropuertos e instalaciones de cuerpos de seguridad.
Tarazona esperaba el corte a partir del mediodía, pero lo sorprendió con casi dos horas de retraso, con lo cual dejaron de funcionar varias neveras con carne de res y pollo, y un ventilador que apenas si refresca un ambiente abrasado por el intenso calor.
De inmediato dos clientes abandonaron el local al no poder pagar con tarjeta, pues el datáfono también requiere electricidad.
Este aspecto es sensible en un país con la inflación más alta del mundo (180,9% en 2015), que esfuma los devaluados bolívares y obliga a usar grandes cantidades de efectivo. Para pagar un kilo de pollo, los clientes habrían precisado 30 billetes de la más alta denominación (100).
«El hampa está tan arre…a (desbordada) que no se puede andar con tanto efectivo. Por acá nos han robado a todos», cuenta Tarazona, de 38 años, preocupado además de que los productos y las neveras se puedan dañar, como ya le ha ocurrido antes, pues los cortes intempestivos son el pan de cada día en Santa Teresa.
Los apagones fueron anunciados por el presidente socialista Nicolás Maduro el pasado jueves, debido a la sequía que mantiene en niveles críticos la central hidroeléctrica El Guri, que provee 70% de la energía del país.
Maduro se justificó señalando que 63% del consumo de electricidad se concentra en la zona residencial, y la población no tomó conciencia de la necesidad de ahorrar.
Por ello, ordenó recortes programados de cuatro horas diarias durante 40 días, cuando se espera que esté a plenitud la temporada de lluvias.
Pero la oposición asegura que el manejo de la crisis ha sido improvisado y reprocha que otras fuentes de energía, como las termoeléctricas, no estén en total funcionamiento, justo en el país con las mayores reservas petroleras del planeta.
Los apagones forman parte de un plan de ahorro de energía que emprendió el gobierno hace dos meses, que ha implicado la reducción de la jornada laboral del sector público en un 40% y varios asuetos.
Además, a partir del 1 de mayo se adelantarán los relojes 30 minutos, volviendo al huso horario de cuatro horas menos respecto del meridiano de Greenwich (-04H00 GMT), para aprovechar más la luz del día.
Nuevo golpe a la economía
El gobierno también exigió a los centros comerciales y hoteles generar su propia energía, lo que ha hecho que varios establecimientos cierren más temprano.
«Los comerciantes sufrimos porque se nos daña la maquinaria y la mercancía», se queja Tarazona, a quien los cortes que se presentaban antes del racionamiento programado le echaron a perder una nevera y un molino, obligándolo a sacar los embutidos de su oferta.
Algo parecido le ocurrió hace un año a Kenyerli González, empleada de una gasolinera de 27 años. «Se me dañó una nevera recién compradita», dijo mientras surtía un vetusto automóvil con la gasolina más barata del mundo.
Las etiquetas #MaduroEsOscuridad y #LaCorrupcionNosQuitoLaLuz se volvieron tendencia en Twitter este lunes entre usuarios que acusan al gobierno de discriminar a las ciudades del interior del país y dar prioridad a la capital.
La consultora privada Capital Economics sostiene que la crisis energética podría impactar en 1,5% el PIB venezolano este año, empujando la contracción económica hasta 9,5 o 10%.
«El programa de racionamiento tendrá un impacto significativo en la actividad económica», señaló un informe de la empresa, que indica que si en 2010 el país pudo importar energía, con la actual sequía de divisas por la caída del petróleo, esa no es una opción.
Mientras tanto, Sonia Sotillo, una costurera de 39 años, dice que se levantará más temprano para cumplir con sus clientes. «También me tendré que fajar en las noches, ojalá no me venza el sueño», afirma con resignación tras realizar una cola de varias horas para aprovisionarse de productos básicos, en grave escasez.