Entró corriendo, cargaba unas bolsas llenas de harina, toallas sanitarias y margarina, o al menos eso era lo que veía entre las bolsas transparentes. Lo primero que preguntó al entrar al edificio era si había luz; no quería subir 10 pisos hasta su casa, después de durar más de cuatro horas en una cola para comprar productos regulados.
Afortunadamente había electricidad, sus primeras palabras al ingresar al ascensor ¡Que problema con la luz. Bueno con todo en este país! La expresión de su cara dejaba ver la frustración y cansancio acompañado de un “yo no sé qué tendrá que pasar para que la cosa se acomode”. Se refería a la situación económica por la que atraviesa Venezuela, donde lo que abunda es la escasez y el desabastecimiento, hasta de electricidad y agua.
Las puertas se abrieron y salió con sus bolsas, mientras una pareja que esperaba para bajar prefirió dejar que el ascensor terminara su recorrido y así evitar quedarse encerrados si se llegaba a ir la luz. Es que ya eran la 3:00 de la tarde y en las últimas dos semanas el servicio eléctrico fallaba a la misma hora, sin previo aviso o algún comunicado que indicara en cuáles zonas no contarían con la electricidad.
A las 3:10 todo dejó de funcionar y sólo minutos pasaron cuando desde las escaleras totalmente a oscuras se escuchaban las voces de las personas que bajaban o subían, tratando de guiar sus pasos con la luz emanada por un celular.
Daños sin culpables
En ese edificio, ubicado en la zona este de Barquisimeto, el señor Félix quien cumple funciones de conserje, de inmediato sale a revisar si en los ascensores no quedó nadie encerrado; de ser positivo trata de abrir las puertas usando fuerza pero también delicadeza y aunque podría llamar a los bomberos, también sabe que las puertas podrían dañarse y otro problema se sumaría a los ya altos gastos que significa el mantenimiento de un edificio.
A esa misma hora, las redes sociales se llenan de quejas y malestares por parte de los residentes de Palavecino, que buscan los diferentes canales para sus desahogos ante el deterioro de la calidad de vida.
Alicia Falcón vive en el sector El Paraíso, era el tercer día de la semana y estaba llegando a su casa después de ir a preguntar el valor de unos protectores para los electrodomésticos, que oscilan entre los 9.000 y 12.000 bolívares, pero prefiere pagarlos antes de que su aire acondicionado se dañe.
Ese día aprovechó de contactar a quienes se encargarían de la limpieza del tanque de agua, aunque desde hace semanas no se ha podido llenar completo, ya que con los cortes eléctricos también les falla el agua. Opta por pipotes en los baños para poder cubrir sus necesidades.
Cada mañana trata de hacer todas las actividades del hogar antes de las 10:00, desconoce la hora en que se quedará sin electricidad; aunque está clara que al menos durante dos horas no contará con el servicio. Que se volverá a ir a las 3:00 para tal vez regresar después de las 5:00. “A esto no se le puede llamar calidad de vida, cada vez son más las dificultades que tiene el venezolano, porque ya no se trata sólo de comida; sino medicina, agua, luz, electricidad y ni hablar de la inseguridad”.
Uno de los señores que había acudido a limpiar sintió la necesidad de opinar contando que donde vive, en el sector Nuevo Amanecer, le quitan la luz a las 7:00 de la mañana por dos horas, luego a las 3:00 de la tarde y en las últimas semanas también a las 7:00 de la noche; este último corte es de 3 horas.
“A mí se me quemó el motor de la nevera, imagínese lo que eso significa. Compramos la comida que se comerá en el día si necesita estar refrigerada. Así duraremos un tiempo porque repararla es costoso y con estos apagones se me puede volver a dañar”.
Su esposa se levanta a las 3:00 de la madrugada para poder aprovechar la poca agua que les llega y lava la ropa sucia, hasta las 6:30 que espera en cualquier momento le quiten la electricidad y también el agua.
Mayor inseguridad
En el sector La Morenera, donde la mayoría de las calles son cerradas durante los cortes eléctricos, los habitantes tienen sólo dos opciones: dejar los portones abiertos o los carros en la vía principal. En ambos casos están expuestos a la voluntad delictiva.
En la calle de la casa de Laura Navas, el portón estaba abierto porque desde las 11:00 de la mañana no tenían el servicio; desconocían cuánto tiempo estarían así. No descartaban las 4 horas como en días anteriores.
En ese hogar la mayoría de los planes para el día se paralizan, incluso si deben salir a comprar alimentos, diligencias en el banco o cualquier otro trámite que sea en un ente público o dependa de la electricidad, porque al no poder cancelar con tarjetas de débito deben cargar el efectivo; convirtiéndose en otro problema, tomando en cuenta que una compra por muy pequeña que sea supera los mil bolívares.
Pérdidas económicas
El sector comercial también se ha visto fuertemente afectado en diversas zonas del municipio Iribarren y Palavecino. Que se les vaya la luz hasta dos veces al día a muchos les ha costado el 50% de las ganancias y por ende ha incrementado las preocupaciones.
Ricardo Amaya como todos los días llega unos minutos antes de las 8:00 de la mañana a su negocio, abre el portón principal por el que accederán todos los clientes que acuden buscando un producto con qué alimentar su día. La queja es común entre los compradores; especialmente cuando se trata de precios más altos que un día de salario o los insumos que ya no se consiguen.
Desde hace unas semanas a esa lista de padecimientos se sumaron los apagones sin previo aviso, hasta que Amaya se percató de que en todo el centro de Cabudare estaban quitando el servicio eléctrico a las 12:00 del mediodía por un lapso de dos horas. Después se incrementó a dos veces por día. Al poco tiempo, estas suspensiones le costaron a Ricardo el motor de un refrigerador de carnes y cambiar tal pieza alcanza los 700 mil bolívares.
Las ventas de su negocio han disminuido; no puede cortar la carne sin electricidad o cobrar a través de una tarjeta de débito, que actualmente es la opción más cómoda para los clientes, porque de lo contrario ellos tendrían que cargar grandes pacas de dinero.
Pero el problema no sólo lo tiene en la zona de trabajo, porque si decide irse a su casa se encontrará que también hay cortes de electricidad. Vive en Barquisimeto y cuenta con desánimo que las actividades cotidianas del hogar han ido disminuyendo y a la vez acumulando para cuando se pueda tener luz.
Frente a la carnicería de Ricardo está la panadería de César Dávila; se la pasa llena de gente a toda hora, tiene la ventaja de estar diagonal a la plaza Bolívar lo que permite a las personas que se concentran en las esquinas a esperar las rutas del transporte público entrar a comprar cualquier alimento para llevar al hogar. Pero cuando le quitan la electricidad cualquier tipo de productividad se paraliza y a los trabajadores no les queda otra opción que esperar en medio de la oscuridad. Con un segundo racionamiento entre las 4:00 y 5:00 de la tarde, sus ventas se han reducido a 50%.
“Cada vez es más difícil y han ido incrementado las horas de racionamiento”, responde con acento colombiano Gustavo García al preguntarle qué opina del racionamiento eléctrico. Él tiene una tienda de venta de ropa íntima de damas y caballeros en la misma. El horario de cortes es el mismo, y aunque se queda a oscuras, prefiere no cerrar con la esperanza de que restablezcan el servicio antes de las dos horas.
Incumplimiento obligado
“Hoy Corpoelec sí nos dejó que saliéramos al aire”, fue lo que manifestó un locutor al iniciar su programa de radio en horas del mediodía. La emisora pertenece a un circuito nacional y las instalaciones en Barquisimeto se encuentran en la zona este, donde el servicio eléctrico se paraliza todos los días.
Al locutor le preocupan los contratos que tiene con sus clientes; empresas y negocios que pagan por publicidad en ese espacio de una hora, y a los que la emisora no les ha podido cumplir por los cortes de electricidad justo en el horario establecido para la transmisión del magazine.
Al incumplimiento de contratos en las fechas establecidas también se ha visto obligado Orlando Jiménez, quien es arquitecto y tiene su oficina cerca del centro comercial Sambil. En la zona, el corte de electricidad generalmente es a las 3:00 de la tarde y se extiende hasta las 5:00 o más, por lo que cualquier proyecto por diseñar debe hacerlo en horas de la mañana, tiempo en el que también debe acudir a hacer los trámites necesarios con los organismos públicos, porque trabajan hasta la 1:00 de la tarde.
Jiménez había optado desde hace una semana terminar los trabajos en su casa. Sin embargo, Santa Elena es uno de los sectores con mayor racionamiento de todo el este. Le da impotencia no cumplir con metas establecidas por la irresponsabilidad del Gobierno, que no hizo las inversiones necesarias en los tiempos indicados.
“En Venezuela hay tanta crisis que cualquier contrato que se logre firmar, por muy pequeño que sea, es motivo de felicidad pero también de preocupación con tantas limitantes”, cuenta el arquitecto.
En el caso de los comerciantes ubicados en la Avenida 20, se sienten privilegiados porque no se les va la luz y pueden cumplir con sus jornadas de trabajo.
Tanto las amas de casa como comerciantes en Barquisimeto y Palavecino dejan saber que no creen que el problema eléctrico tan fuerte en Venezuela sea producto del fenómeno de El Niño, sino de la ineficiencia que durante años se ha dejado pasar y se ha aprendido a vivir con ella, pero que actualmente muestra los resultados también con la escasez de alimentos y medicinas.
Entre calima y tinieblas
El abrupto silencio de las aspas del ventilador, cuyo sereno murmullo arrulla mis noches, me indica que el racionamiento eléctrico, corte programado o sencillamente apagón ha comenzado temprano este viernes.
Sin despabilarme del todo, saco cuentas y trato de recordar cuál fue el horario de los días y semanas anteriores; busco en mi memoria añejas fórmulas matemáticas o estadísticas para intentar averiguar cuál es la media o el patrón en esto de los cortes de energía. Ni modo, no hay tiempo para cálculos, la jornada comienza sin luz.
A través de la ventana semiabierta, escucho los pasos de mis vecinos escaleras arriba y abajo, en un continuo transitar mañanero que de seguro activará sus energías y mantendrá sus músculos plenos de tonicidad. Niños que van al colegio, seguidos de madres apuradas, amas de casa que intentan llegar a la cola nuestra de cada día para comprar algo que servir en el almuerzo; estudiantes, trabajadores, gerentes y jubilados integran la marcha rumbo a la planta baja desde los diferentes pisos del edificio. Sólo por hoy, no quedó nadie “atrapado” en el ascensor al momento del corte de la energía. Bolsas, morrales escolares, coches de bebés y el sinfín de artículos que nuestra vida cotidiana nos exige viajan como equipaje de mano, asido con fuerza, mientras se calcula la altura de los escalones para evitar un accidente mañanero.
El orden de los rituales cotidianos cambia para dar paso a lo que se pueda hacer “mientras llega la luz”: aprovecho el agua que aun circulará unos minutos más por las tuberías para un aseo personal digno del mejor cuartel; un cafecito siempre alegra las mañanas, sin embargo éste será guayoyo porque la codiciada leche pasteurizada que reinaba en la nevera acusó los golpes del tanto ir y venir de los vatios, y ya está convertida en suero. Las arepas quedarán para luego: ya no hay agua.
Hurgo en mi cartera y al arqueo me dice que sí hay recursos para una empanadita en el kiosco de la esquina. Al bajar, me topo con vecinos rezagados, quienes sin bañarse ni afeitarse, optaron por la misma alternativa: desayuno afuera.
De regreso al apartamento, desconecto artefactos y enseres domésticos, nunca se sabe cómo será la cascada inicial de vatios al momento del restablecimiento del servicio.
La tarea a realizar, cuando venga la luz, será descifrar la “nueva biblia de los venezolanos”, el Plan de Administración de Cargas (PAC) y escudriñar entre columnas, letras y sectores, para saber finalmente cuándo sí y cuándo no tendré la dicha de disfrutar del servicio de energía eléctrica en mi domicilio.
Y como hace años dejé mi nativa Gran Caracas, al final del día, agradezco al santo patrono de la luz porque hoy fuimos privilegiados con un solo corte de energía.