A la luz de una vela

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Los frecuentes y masivos apagones cambian hábitos y rutinas. A esta precariedad no podemos escapar ninguno de los venezolanos. Este artículo lo escribo a la luz de una vela, por eso el ritmo del lenguaje es seguramente distinto. La conexión entre cerebro y teclado es distinta a la de neuronas y bolígrafo. Pero encuentro en la semioscuridad y el silencio envolvente un clima sicológico muy preciso que expresa con nitidez la realidad que vivimos. Siento que escribo dentro de una cárcel. Una cárcel con las limitaciones materiales de una cárcel aunque con las comodidades de un hogar. Escribo así desde una inmensa prisión donde el mundo civilizado está afuera y dentro sufrimos epidemias, hambre, oscuridad, sed, violencia muerte y sentimiento de abandono, como si fuéramos náufragos distanciados inexorablemente del mundo moderno al cual una vez pertenecimos.

A mí alrededor veo sombras que se mueven curvadamente según lo indique la tenue flama de la vela que me dieron prestada el Padre Pío y la Virgen de Chiquinquirá de Aregue, no las siento amenazantes antes bien compañeras y centinelas dentro del abismo que nos encierra. Recuerdo sumido en la semipenumbra el poema de William Henley que inmortalizó Nelson Mandela y me repito mentalmente una líneas sublimes. «Más allá de este lugar de ira y lágrimas es inminente el horror de la sombra, y sin embargo la amenaza de los años me encuentra y me encontrará sin miedo. No importa cuán estrecha sea la puerta, cuán cargada de castigos la sentencia. Soy el amo de mi destino: Soy el capitán de mi alma.»

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Probablemente lo que hace más desolador el ambiente anímico de esta prisión en que se ha convertido Venezuela es el miedo al crimen desatado que existe en las calles y la violencia animal que tomó el control de una cotidianidad centrada en buscar alimentos y medicinas para la subsistencia. Por eso necesitamos con urgencia, como lo hizo Mandela, apelar a la fuerza espiritual que todos tenemos para construir un ejército de voluntades optimistas que nos redima del infierno que habitamos.

Las sombras que me circundan seguramente son las mismas que inspiraron a los artistas primitivos de las cuevas de Altamira y las que Platón convirtió en reflejo de verdades ontológicas, esas sombras me revelan con la fuerza de un Satori que la única salida que tenemos es materializar una simbiosis perfecta entre la calle y la Asamblea Nacional. Es decir, a cada decisión, a cada ley aprobada, a cada pedimento parlamentario a Miraflores, salir en marcha gigante a respaldar a la Asamblea Nacional.
Es muy sencillo, me dicen las sombras. El Gobierno junto al Ejército, el TSJ, el CNE, la Contraloría y la Fiscalía, controlan la institucionalidad y mantienen acorralada a la Asamblea. El Poder Legislativo solamente tiene respaldo popular, el cual la única manera que tiene de mostrar su fuerza es con su presencia. Si el Pueblo tiene miedo los diputados tendrán miedo, si el pueblo se repliega los diputados se repliegan, si el pueblo avanza la Asamblea Nacional también avanzará. Ya lo que nos queda de luz es la llama de una vela, no dejemos que se apague, es nuestra alma, seamos los capitanes de nuestro destino.

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