Los hogares de muchas familias venezolanas sobreviven gracias a un sin número de hechiceras, magas, diablas benévolas y no tanto, etc. que, cuando nosotros abrimos la nevera y solo vemos paisajes árticos constituidos por agua y hielo, ellas sacan comida sin recurrir a varitas mágicas o sombrerosde copa: un almuerzo, una cena, una merienda que es, a veces, hasta de buen gusto. Sin duda es un milagro, un milagro laico, desligado de cualquier creencia confesional, pero milagro al fin.
Obviamente, estos cambios no son gratuitos, entre otras cosas implican una obligada reducción del tamaño de la ración ymucha monotonía en un menú de lo más escuálidos, constituido casi siempre por carbohidratos y con la frecuente obligación de saltar una, y a veces dos, comidas. Está comenzando a ser real lo que los cubanos una vez nos dijeron: el que quiera saber del sabor de la carne, que se muerda la lengua.
Los padres se privan para que los niños puedan llevar algo en las tripas a la hora de ir a la escuela. Y esto ocurre en un país que hasta hace unos años atrás tenía un programa de alimentación escolar y un servicio de comedores populares que también atendían a indigentes y personas de la tercera edad. En Palavecino, donde vivo, hay varios ancianatos que cada tanto lanzan un SOS pidiendo de todo para los viejitos: comida, medicinas, jabón para la higiene personal, para lavar las sabanas, pañales, etc. Y la situación se les ha puesto tan difícil que si antes los parientes ayudaban a las instituciones y a los residentes, ahora simplemente los abandonan a la puerta, tal vez diciendo lo mismo que hace un tiempo dijo Maduro:“Dios proveerá”.
Lo que seguramente va a ocurrir pronto es que aparecerán las ollas populares que las iglesias y algunas instituciones privadas ofrecerán a todo el que necesita siquiera una sopa caliente al día. Pero ya me imagino a estos sádicos que nos gobiernan prohibir o atentar contra esas iniciativas,porque trasmiten una imagen supuestamente falsa del desastre que tenemos. No lo dirán así de modo tan explícito, pero lo harán. Es la misma razón por la cual no aceptan la ayuda internacional en materia sanitaria y, por supuesto, tampoco permiten la llegada de alimentos de emergencia.
Además de prepararnos para el momento en que estos milagros culinarios finalmente se agoten, debemos prepararnos para la desaparición de la prensa independiente, la internet y la telefonía internacional, la total ausencia de medicamentos, etc. Ojalá que, cuanto finalmente Maduro se vaya, no sea ya demasiado tarde para tanta gente.
Y mientras el país muere por falta de dinero, Maduro hace mutis acerca de los millones que se robaron sus correligionarios: el que calla otorga y lo convierte en cómplice.