#Especial FOTOS El desvelo frustrado en una cola

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Antonia Arcia llega de su casa en Fundalara a las 11:00pm luego de una jornada de trabajo que inició a las 3:00pm. A esa hora le suministra el medicamento para la hipertensión a su padre de 85 años y preocupada porque debe dejarlo solo, se va a la feria de Fundación Mendoza para tratar de comprar alimentos.

Al montarse en su carro, encomienda su padre al Supremo, porque su hermano Ángel, quien lo cuida mientras ella está en el trabajo, debe irse a su trabajo en la Zona Industrial. Resignada Antonia emprende viaje a Fundación Mendoza, cuando llega hay decenas de personas haciendo una cola que parece interminable. “Buenas noches, quien es el último”, pregunta y un hombre de unos 50 años le responde en forma de chiste “Usted es la última señora porque acaba de llegar”.

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Está aproximadamente a cuadra y media de la entrada a la feria. Trata de entablar relaciones con sus compañeros de cola, el frío es intenso, pero prefiere soportarlo con un abrigo y sorbos de café que meterse en su carro y correr el peligro de que llegue algún ladrón y la encañone para robarla.

Luego de cuentos, chistes, tragos cafeteros, análisis económicos y políticos se llegan las 7:00 a.m. que es cuando empiezan a atender al público. Comienzan a pasar lentamente, a las puertas de la feria hay un grupo de 50 personas que han llegado durante la última hora y que tratan de colearse. Luego de intensas discusiones con quienes sí hacen su cola de manera regular, el nutrido grupo logra pasar.

Una pareja de guardias nacionales que llegó al sitio amenaza con poner presa a una señora de 75 años, porque se queja de que quienes se colearon la empujaron para entrar.

Después de un tiempo, el reloj de Antonia marca las 11:00am, luego de 12 horas de calvario aún le faltan unas 20 personas para llegar a la puerta. Luce despeinada, rostro ojeroso y cansado; aún le queda fe para pedirle al mismo ser Supremo al que rogó por el bienestar de su padre, que por favor no se acabe la Harina Pan, el azúcar, el arroz, la pasta, la mayonesa y la mantequilla.

Cuando al fin logra entrar pasada 12:00 del mediodía descubre que los alimentos se acabaron, solo están vendiendo un paquete de medio kilo de café que cuesta 1.100 bolívares, lo demás son bebidas gaseosas, té de sobre, cereales, panes dulces y otros aperitivos de menor relevancia para la alimentación de su familia, cero productos regulados.

Con tristeza levanta la mirada al cielo y da gracias, porque al menos no fue víctima de un asalto durante toda la noche. Habrá que esperar a otro día para ver si mejora su suerte.

Una extraña sensación la invade, algo muy dentro de sí, le dice que la injusticia que vive, más temprano que tarde terminará, por ahora solo queda comprar pan campesino y rellenos a un precio mucho más alto en la panadería de la esquina de su vivienda.

Antonia no es la única desconsolada, muy cerca de ella camina Jaime Valdez, quien llegó a las 3:00am y tampoco logró comprar ningún producto. Él decide ir a un supermercado ubicado de Los Próceres. Al llegar ve una cola corta y le pide a Dios que logre comprar al menos una Harina Pan para sus hijos. Mientras se acerca al automercado ve a la gente salir con una harina, un kilo de azúcar y una mayonesa. “Señor ya se acabó todo”, le comenta una de las trabajadoras del establecimiento. “Sacaron harinas como por 30 minuto y después dijeron que se había terminado”, le dice otra señora que asegura que llegó desde El Cercado a las 4:00am y no pudo comprar.

Jaimes sale de allí y luego de una gira por otros supermercados de la misma marca, además de Garzón, se rinde. Acude a una panadería cercana a su casa en Santa Rosa, para comprar jamón, queso amarillo, un pan campesino (no le venden más) y debe comprarlo con un litro de leche y de jugo. En total gasta 5 mil bolívares por estos productos que solo alcanzarán para la cena. Cansado regresa a casa, donde sus hijos y su esposa le esperan con expectativas. Cuando entra al hogar el mayor de sus hijos que no llega a 5 años le pregunta. “Papi compraste” y el con el rostro entristecido le responde: “Solo salí a pasear y aproveché de comprar esto para que comamos”, Jaime le regala una amarga sonrisa a su primogénito para no trasmitirle el desánimo que lo quema en el pecho y lo besa en la frente, lo abraza con fuerza y pide a Dios con todo su ser que pronto termine esto.

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