Nuevos rescates dan esperanzas tras terremoto en Ecuador

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No para de sonreir incluso cuando dice que su familia le había comprado un ataúd y había organizado un velorio. Pablo Córdova fue extraído debajo de toneladas de escombros en Portoviejo, casi 48 horas después del potente terremoto del sábado.

No solo sonríe, sino que da gracias desde el hospital de Portoviejo a los rescatistas y a la vida, por esta nueva oportunidad, luego de haber estado al borde de la muerte y por momento sin esperanza.

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El hombre de 51 años dice que lo primero que hará al llegar a su casa será deshacerse del ataúd que aún está en la sala y que lo esperaba para el velorio y el entierro.

«¡Me encontraron vivo!», exclama y deja escapar una sonora carcajada.

«¡Carajo, he vuelto a nacer! Pero mi mujer ya me estaba organizando el velorio», bromea Córdova, quien desde hace 20 años trabajaba los fines de semana como recepcionista del hotel El Gato, de Portoviejo, cuyos cinco pisos se desplomaron por el terremoto. Él y cinco huéspedes estaban en el lugar.

«Soy al único que han encontrado vivo y creo que es un milagro. Dios me ayudó en todo momento», asegura.

Relata que bajo sus piernas encontró una linterna y «la batería de mi viejo celular, que me duró porque lo apagaba, hasta que por fin el lunes encontré señal y pude llamar a decir que estaba vivo».

«Por suerte tenía saldo en el teléfono», aseguró, mientras soltaba una de esas carcajadas que retumban de alegría y vida.

El hombre de bigote espeso y sonrisa fácil sobrevivió bebiendo su propia orina.

«Me humedecía los labios con ella al principio, las primeras horas. Pero el domingo la bebía porque sentía mucha sed. Pensé que iba a morir. Rezaba a cada rato. Gritaba cuando escuchaba gente. Pero lo que me salvó fue la llamada telefónica a la vecina el lunes, porque nadie contestaba en el teléfono de mi casa ni en el celular de mi mujer».

Su esposa, Sonia Zambrano, asiente cómplice, pero aún sin salir del asombro.

«Ya lo hacía muerto. Por eso, fui a buscar al dueño del hotel, Máximo, a exigirle que por lo menos, ya que mi marido gana menos del básico y no está afiliado a la seguridad social, pague el ataúd. Y de tanto llorar me lo dio. Es que yo soy muy pobre. Imagínese que para tener casa la tuvo que hacer mi propio marido, con sus manos, y es una casa de madera muy bonita. Para qué, él es buen carpintero, tanto que la casita sigue en pie luego del temblor», cuenta la mujer de 50 años, y madre de dos hijos.

Fue justamente la menor, Eliana, de 22 años, quien regaló a su padre hace dos Navidades el celular. «Y no pienso cambiarlo. Ese teléfono me tiene aquí hoy contando la historia».

Él está asilado en el hospital Verdi Cevallos Balda, donde le practican varios exámenes hasta decidir si es posible darle de alta en las próximas 48 horas.

Fue rescatado por el grupo de 10 socorristas colombianos, quienes llegaron felices al hospital a abrazarlo y desearle la mejor de las suertes.

«¡He vuelto a nacer! ¡Y ahora amo más a mi mujercita y a mis hijos!», dijo. Lamenta que el terremoto, además de destruir el hotel El Gato y sus 36 habitaciones, acabó con el taller de carpintería que estaba junto a su vivienda y en el que él trabajaba de lunes a viernes.

«Hacía puertas, anaqueles, ventanas, lo que me pidieran. Pero ahora, oficialmente, estoy sin trabajo», recordó con melancolía.

Añadió «gracias a Dios, tengo vida y un ataúd que debo devolver porque aún me falta mucho para morirme», mientras vuelve a reir, con esa risa contagiosa y llena de esperanza.

Tras esta historia de esperanza, cientos de rescatistas trabajaban en una carrera contrarreloj para encontrar sobrevivientes del potente terremoto de magnitud 7,8 grados, que el sábado impactó la costa central de Ecuador, y de momento ha dejado al menos 413 personas fallecidas.

Las ciudades más afectadas por el terremoto son Portoviejo, Manta y Pedernales, donde literalmente quedan en pie apenas dos o tres edificios.

Equipos de Ecuador y países vecinos se repartieron el lunes por la costa ecuatoriana del Pacífico para buscar a las docenas de personas aún desaparecidas.

En la ciudad portuaria de Manta, unos 50 rescatistas que trabajaban con perros rastreadores, grúas hidráulicas y un taladro logró liberar a ocho personas que llevaban más de 32 horas bajo los escombros de un centro comercial allanado por el temblor, el más fuerte que sufre el país en varias décadas.

La falta de electricidad complicaba los esfuerzos de rescate en muchos lugares y requería el empleo de ruidosos generadores eléctricos que hacían más difícil oír a la gente que pudiera estar atrapada entre las ruinas.

Según las circunstancias, una persona sin heridas graves puede sobrevivir hasta una semana bajo los escombros, dijo el director del servicio de emergencias de Quito, Christian Rivera, a la AP.

El canciller de Ecuador, Guillaume Long, indicó en Twitter que el lunes por la noche había ya sobre el terreno 654 rescatistas extranjeros y que se esperaba la llegada de más equipos el martes.

Mientras empezaba a llegar la ayuda humanitaria, la gente hacía largas filas para comprar agua embotellada. Muchos vecinos dormían al raso en campamentos improvisados o en la calle, descansando junto a sus vecinos.

La Cruz Roja española indicó que hasta 5.000 personas podrían necesitar alojamiento temporal por la destrucción de sus hogares, y 100.000 personas necesitaban alguna clase de ayuda.

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