En nuestra última entrega de fecha 14 de marzo señalábamos algunos elementos que nos inducían a plantear el deterioro económico que lamentablemente atraviesa nuestro país. En esta oportunidad, intentamos presentar algunas cifras y reflexiones sobre la difícil situación económica que vivimos la mayoría de los venezolanos en nuestro quehacer cotidiano.
Al respecto pudiéramos señalar que existe una variada gama de indicadores macrosociales y macroeconómicos que nos permiten ilustrar este planteamiento. Por razones de espacio utilizaremos sólo aquellos que a nuestro juicio pudieran ser los más relevantes y, por qué no, preocupantes.
Cifras tanto oficiales como no oficiales, nacionales y extranjeras, coinciden en señalar que desde el año 2014 Venezuela exhibe cada vez no sólo la inflación más alta de su historia, sino la más elevada del planeta. Este solo hecho, de suyo, el que más angustia al venezolano junto con la arremetida de la delincuencia así como el tema de la escasez, probablemente condujo al Ejecutivo Nacional a solicitar a la Asamblea Nacional un muy polémico decreto de emergencia económica que lamentablemente al día de hoy tampoco ha podido resolver ninguno de los objetivos que se propuso.
El año pasado, el Gobierno nacional aprobó en cuatro oportunidades un aumento en el salario mínimo que en términos redondos significaron un importante alza de casi 100%. Nadie en su sano juicio podría estar en desacuerdo con estas decisiones. El problema radica en que según las mismas cifras muy conservadoras del Banco Central de Venezuela, el Índice Nacional de Precios al Consumidor se ubicó en 180,9%, muy superior a los justificados aumentos de sueldos.
Las cifras no oficiales y más realistas pulverizaron el efecto de esas decisiones, al señalar que, en promedio, la tasa de inflación estaba alrededor del 300%. Se cumplió aquel adagio popular entre los economistas que dice que mientras los salarios suben por las escaleras, los precios lo hacen por el ascensor. Y este año no será distinto en esta muy desigual competencia. En efecto, según información del Centro de Documentación y Análisis Social de la Federación Venezolana de Maestros (Cendas–FVM), en lo que va de este año, el aumento en los precios se ha exacerbado: en el mes de enero el costo de la canasta alimentaria fue de Bs. 106.752, un 482% más alta que en enero de 2015. Para febrero, la llamada cesta básica (alimentos y servicios) tuvo un alza anualizada (feb 2015-feb 2016) de 514%, al ubicarse en Bs. 176.975. Solo la canasta alimentaria tuvo un alza de Bs. 15.222,75 (14,30%) entre enero y febrero, para ubicarse en Bs. 121.975 (El Nacional, 29 de marzo de 20156, pág. 3).
La contrapartida del consumo es el ingreso: En febrero de 2015 el salario mínimo se ubicaba en Bs. 5.600 en términos redondos y se requerían para cubrir la canasta básica, seis salarios. Para febrero de este año el salario mínimo, que no se había aumentado aún, estaba en Bs. 9.650 aproximadamente, pero se necesitaban 18 salarios para poder cubrir la cesta básica que había aumentado a Bs. 176.975 según la información del Cendas–FVM (El Nacional 3 de abril de 20146, pág. 3) Y si lo dividimos por el nuevo salario mínimo de Bs. 11.600, en términos redondos, se necesitan 15 de ellos, sólo para cubrir la canasta básica y de servicios. Estas cifras demuestran pues la muy desigual competencia que señaláramos líneas atrás, donde se evidencia claramente el rezago de los salarios y la imposibilidad del venezolano de alimentarse bien, más allá que nuestra Constitución garantice tanto el derecho del venezolano a alimentarse adecuadamente como el derecho a la salud, a los servicios públicos y hasta tener una buena casa. ¡Vaya ironía!
A la luz de las anteriores consideraciones es evidente que existen en nuestra economía un conjunto de importantes distorsiones que ratifican la grave crisis socioeconómica por la atraviesa nuestra querida Venezuela. Resulta difícil creer, por decir lo menos, que en el país con mayores reservas probadas de petróleo del mundo, como se jacta el Gobierno Nacional en señalar, existan en el 2015 un 73% de hogares en estado de pobreza, según la última encuesta de tres prestigiosas universidades como lo son La Universidad Central de Venezuela, La Simón Bolívar y La Católica Andrés Bello (Semanario Quinto Día, Caracas del 18 al 25 de marzo de 2016, pág. 20). Señala asimismo el estudio que 87% de quienes fueron consultados no perciben ingresos suficientes para cubrir el costo de los alimentos y peor aún, el 12% de los encuestados come dos veces al día o menos. Estos lamentables resultados son el producto del franco deterioro de los patrones de consumo del venezolano quienes han convertido su alimentación en un “menú de supervivencia” (Herrera, El Nuevo País, 2 de abril de 2016, pág. 2) y es causa y consecuencia de los elevados niveles de inflación y porque no decirlo, de especulación en la formación de los precios, de la altísima escasez de estos productos necesarios para la dieta básica y de la vertiginosa pérdida del poder adquisitivo de nuestra devaluada moneda, entre otras causas.
Con el debido respeto a la dirigencia política del país, de ambos bandos, me permito sugerirles que éste debe ser el tema que debe plantearse para el gran debate nacional: la precaria situación que la mayoría de los venezolanos atravesamos desde hace varios años que ha distorsionado totalmente nuestra calidad de vida y que hace que en vez de pensar en el futuro del país, nos ocupemos buena parte del día en soportan humillaciones inaceptables al permanecer largas horas en una cada vez más peligrosa fila de zombies rogando por un mendrugo de pan y/o algún medicamento que no se consigue. Nuestro país no se merece este dantesco destino. Es hora de afrontar con decisión estos retos que deberán transformarse en oportunidades. Pareciera que el mensaje del 6 de diciembre aún no ha sido asimilado en su justa dimensión.