La crisis tiene raíz en el bipartidismo

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Para entender la situación política, económica y social por la cual atraviesa en estos momentos Venezuela, hay que hacer una retrospectiva a los diecisiete años anteriores al régimen que se ha implantado mediante el eslogan de una revolución bolivariana.

Tal consideración hace Wilfredo Páez, politólogo, profesor universitario y quien desde hace varios años trabaja en la organización de comunidades para la defensa de sus derechos políticos y sociales, además de propiciar los Derechos Humanos.

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Si hoy, dice, desde Miraflores se azuza la conflictividad, la agresividad y la arbitrariedad, no se toman correctivos a los errores que han desatado todos los males que afectan al grueso de los habitantes del país y, para colmo de males, se persiste en mantener un modelo político y económico que nos conduce al abismo, no podemos menos que hacernos la pregunta que horada nuestra conciencia: ¿qué polvos trajeron estos lodos?

Si bien hay que reconocer que en la llamada cuarta república se produjo una alternancia en el poder, el proceso democrático estuvo atacado fuertemente en sus comienzos por el golpismo, las dictaduras del dominicano Rafael Leonidas Trujillo y  de otros regímenes de fuerza que imperaban en la región y, después,  por las guerrillas que querían implantar una revolución ejemplarizada por Fidel Castro. Luego la   Unión Republicana Democrática del Pacto de Punto Fijo, Acción Democrática y Copei se fueron uniendo estrechamente  para mantener el control del poder y cerrarle el paso al resto de las organizaciones políticas.

El bipartidismo, desde los años ‘90, sufrió un deterioro extensivo en toda su estructura, después de haber detentado el poder durante cuarenta años ininterrumpidos, en un proceso de mandatos civiles que nunca antes había conocido el país durante toda su historia.

Acción Democrática y Copei  no entendieron la necesidad de hacer la renovación de sus liderazgos, ni tampoco comprender lo más importante: que la tesis programática de sus fundadores, Rómulo Betancourt y Rafael Caldera, cabezas de AD y Copei, respectivamente,  debía ser revisada.

Además, hicieron crecer monstruosamente el Estado mediante la incorporación en las nóminas de un personal innecesario al punto que había más porteros que puertas en los despachos públicos y más choferes para una ambulancia, como ejemplos de la forma de alimentar el clientelismo.

Las reformas al Estado no se llevaron a cabo y la administración pública se fue haciendo cada vez más ineficiente. ¿Qué pasó? Lo clientelar, el amiguismo y la tolerancia a la corrupción, denunciada y censurada incluso en los propios senos de los partidos, mermó un pacto que se creó en 1961, pero que ha debido durar por lo menos cincuenta o cien años porque  sus objetivos fundamentales eran los de hacer de la democracia un sistema de vida y transformación de la nación, utilizando de la manera más idónea sus recursos.

Surgió, como una oleada intensa, el antipartidismo, la desconfianza en las instituciones públicas y en los líderes políticos, el desprestigio del voto y para mala  fortuna apareció el golpismo, que se creía había sido desterrado.

En 1998 la sociedad venezolana no quería saber nada de partidos políticos y fue entonces cuando Chávez, quien había dejado a un lado sus aspiraciones de llegar al poder usando las armas, se presentó como un líder mesiánico para las elecciones de ese año  y lo  hizo con tres grandes promesas: 1) acabar  con la corrupción administrativa, 2) crear una nueva Constitución para reestructurar el Estado, y 3) lograr el protagonismo ciudadano en todos los estratos. Esto es, la pirámide invertida. Era algo parecido a lo que hicieron los griegos cuando idearon la democracia: los ciudadanos  eran los que tenían voz y decisión, mientras que  los gobernantes gobernaban para los ciudadanos.

Promovió lo que estaba diciendo ese año, en el 99 se llevó a cabo la Constituyente y ya en el 2000 estaba mandando en medio de las mayores simpatías, pero en el 2002 tenía un gran desgaste al punto que el rechazo agitaba enormes manifestaciones de protesta. Pero, la oposición también estaba desgastada, muy fraccionada, con liderazgo de capa caída y sin ninguna posibilidad de levantar banderas.

Los medios de comunicación se habían convertido en una fuerza de opinión.

La sombra de Fidel Castro sobre Venezuela

La figura de Fidel Castro siempre ha sido relevante en la política venezolana, señala Wilfredo Páez.  No sólo despertó simpatías cuando estaba en la Sierra Maestra durante los últimos días del dictador Fulgencio Batista, sino que fue recibido después de su triunfo por Rómulo Betancourt, quien no había ocultado su apoyo a los barbudos. Y Fidel le dividió el partido Acción Democrática cuando los jóvenes se fueron agrupados en el Movimiento de Izquierda Revolucionaria. Eso lo distanció para siempre con el que se hizo dueño de la isla.

Luego vendrían las guerrillas en las montañas venezolanas compuestas por militantes del PSUV, MIR y otros partidos de izquierda, alentadas por Castro, pero derrotadas por los militares.

No se puede obviar que toda la izquierda venezolana y la democracia coqueteó con el dictador cubano.  No sólo fueron el Partido Comunista y el MIR, sino los partidos surgidos después como el MAS,  la Liga Socialista, Causa R. Desde el 61 en adelante fueron enviadas desde Caracas las juventudes de muchos partidos a los congresos ideológicos del comunismo de aquella isla.

Tampoco se puede olvidar que durante la coronación de Carlos Andrés Pérez, en el teatro Teresa Carreño, el invitado más connotado fue Fidel. El gobernador de Carabobo, Salas Romer, llegó a establecer convenios con el Gobierno cubano para hacer de ese estado una potencia deportiva en Venezuela.

Cuando Chávez llegó al poder ya tenía una adhesión a Fidel como de hijo a padre y lo admiraba desde hacía muchos años. Aún más, luego de salir de la cárcel de Yare, fue recibido en La Habana en calidad de jefe de Estado con alfombra roja en el aeropuerto José Martí. Claro está, una vez que suceden los hechos del 2002, a Fidel le comunican desde Caracas que Chávez estaba en La Orchila y el dictador mueve los hilos para su rescate.

Chávez creó un enemigo  imaginario: el imperio, el mismo que siempre ha tenido Fidel. En un principio Chávez dijo que no se parecía nada su proyecto al de la revolución cubana, pero ya en el 2006 no  vaciló en decir que era un proyecto socialista. Y toda la estructura gubernamental venezolana está hecha a semejanza del cubano, con la particularidad que los cubanos son hasta asesores de las fuerzas armadas nacionales.

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