Si los acuerdos firmados entre los Presidentes Barack Obama y Mauricio Macri, de Estados Unidos y Argentina, respectivamente, en materia de comercio internacional, financiero, defensa de los Derechos Humanos y de cooperación para el desarrollo económico y social, se materializan en un corto o mediano plazo, ante la debacle de Lula y la Presidenta Dilma Rousseff en Brasil, la República Argentina podrá convertirse en el epicentro de la integración latinoamericana, la democracia, las libertades públicas, la dignidad de las personas y el crecimiento a escala globalizada.
Si el Presidente Macri supera la cesación de pagos que heredó de Cristina Kirchner, se la abre a la Argentina no sólo la posibilidad de un refinanciamiento de la deuda externa, sino también la de atraer inversiones internacionales que contribuirán al impulso de la economía de ese país y a la creación de miles de empleos para reducir la pobreza y el hambre a un límite máximo posible. Lo que las empresas extranjeras han dejado de invertir en Brasil debido a la crisis política y económica que amenaza la estabilidad del gobierno de la Presidenta Dilma Rousseff, se trasladarán a la Argentina, dándole a este país la estabilidad económica necesaria para liderizar la democracia y la defensa de los Derechos Humanos en nuestro subcontinente.
Y aunque muchos latinoamericanos no tengan simpatías por la Argentina conocida hasta hoy, al constatar el fracaso de Brasil como un supuesto líder en la región, algo que no supo o no pudo Lula da Silva impulsar, y fue arropado por Hugo Chávez con su política de capitalismo de Estado, centralismo, autoritarismo y populismo promovido con su carisma personal y la chequera petrolera, que lo mantuvo varios años al frente de lo que denominó Socialismo del siglo XXI, que por anacrónico y equivocado ha comenzado a ser rechazado por el voto mayoritario de los pueblos.
En este panorama emerge Mauricio Macri con una iniciativa y una firmeza inesperada y hasta sorpresiva, en defensa de los Derechos Humanos y de la democracia en general en América Latina, revelando un liderazgo, del que careció Lula da Silva,para señalar un camino de la prosperidad y el bienestar de las naciones que no han superado todavía los niveles económicos, sociales y culturales del llamado Tercer Mundo.
Si a los progresos de Argentina unimos la apertura de la Cuba de Raúl Castro a las inversiones extranjeras, al estilo de China y Vietnam, el populismo y el capitalismo de Estado disfrazados de socialismo del siglo XXI, a corto o mediano plazo, están condenados a desaparecer en América Latina. Muerto Hugo Chávez y moribundo políticamente Ignacio Lula de Silva, sus proyectos económicos y políticos también fenecerán no sólo por antihistóricos sino también por corruptos. Un nuevo liderazgo asoma en el subcontinente, que será observado y enjuiciado de acuerdo a sus resultados.