El nombramiento de Noel Sanvicente como seleccionador nacional, por allá en julio de 2014, estuvo precedido de bombos y platillos. Era un clamor nacional y la Federación Venezolana de Fútbol, todavía con Rafael Esquivel como presidente, accedió a darle la responsabilidad que se le había negado cuatro años antes, tras la renuncia de Richard Páez. Parecía un acto de justicia con un técnico que reunía, nada menos, que ocho títulos en el balompié nacional, siete en Liga y el restante en Copa Venezuela.
Pero no, Sanvicente, para lamento de todo un país, demostró no estar a la altura de las circunstancias y se marcha por la puerta de atrás, con números en rojo y la sensación de haber llevado a la Vinotinto a un retroceso de más de 20 años. Lo que se había logrado con Páez y con César Farías, se perdió con Sanvicente, por más duro que sea decirlo.
Allí están las estadísticas, hablan por sí solas: 14 derrotas en 20 partidos, contando duelos amistosos y oficiales (Copa América y eliminatorias a Rusia 2018). Apenas un empate en seis partidos del ciclo eliminatorio hacia Rusia 2018. Contra eso no hay argumento que valga.
Una cosa queda clara: Sanvicente nunca le encontró la vuelta a la selección y anduvo de experimento en experimento, rayando en la improvisación, en busca de un mejor funcionamiento en cancha y la llegada de resultados positivos, sin lograr dar en el blanco.
“Ya tengo una decisión tomada, pero voy a hablar primero con Laureano González (presidente de la Federación Venezolana de Fútbol”, soltó, sin que produjese sorpresa, ante la marejada de periodistas que le esperaban en la sala de prensa del Agustín Tovar de Barinas, luego de la lapidaria derrota ante Chile (4-1) hace dos días.
Vale reconocerlo, es un acto de sensatez. No sirve de nada ser tozudo cuando el fracaso es evidente. Su tiempo se ha cumplido
Rey de la improvisación
En noviembre pasado, Sanvicente, molesto por la derrota sufrida ante Ecuador en Puerto Ordaz, disparó una frase que causó mucho ruido: “Soy el rey de los regalitos”. Lo decía en alusión a los recurrentes errores de sus dirigidos que terminaban en gol de los elencos contrarios.
Quedó también como el rey de la improvisación y puede que sea la explicación al por qué de los resultados negativos. Por ejemplo, en el inicio de su ciclo, Mario Rondón fue el jugador que mejor rendimiento mostró en los amistosos de prueba, pero luego lo borró para la Copa América. Otro caso fue con Christian Santos, goleador en Holanda -por más que haya sido en segunda división- y no le convenció.
Pero lo más inexplicable ocurrió en la reciente doble fecha. Alejandro Guerra no estaba en la convocatoria original para enfrentar a Perú y Chile. Sanvicente no lo veía en su planificación, tenía su estrategia plasmada sobre la base de otros jugadores. Pero, sorpresa, Guerra jugó el segundo tiempo en Lima y fue titular en Barinas.
Totalmente incomprensible, como lo fue la situación de Seijas ante Chile. No entró en la formación abridora por molestias en el cuello, pero se lesiona Arquímedes Figuera y el primer cambio es el jugador del Santa Fe colombiano, lo que indica que estaba listo para jugar. Y después, la decisión del DT de dejar en el banco de suplentes a Adalberto Peñaranda y usar a Josef Martínez como 9 de área, posición que no es la suya por características y por biotipo, con el argumento de que “no conoce la idea”. Peñaranda ingresó en el complemento y en una de sus primeras acciones casi produce el segundo gol venezolano. Es un desperdicio tener en el banco a un jugador que tiene recursos ofensivos y está adaptado a la alta competencia de la primera división española.
En fin, planificación sin ideas claras. Imposible que en la cancha las cosas salgan bien si la cabeza pensante, la del técnico, no tiene el camino o el norte definido.
Historia con final triste, inmerecida para un DT de trayectoria exitosa como Sanvicente. Pero es el riesgo de asumir retos como el de la selección nacional.
Cierra un ciclo y abre otro con la esperanza de sembrar las bases para el Mundial de 2022.