Medallita de graduación

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Ciertos símbolos marcan el fin de jornada personal: La placa al empleado que se retira, la condecoración al embajador que culmina su acreditación, o las medallitas que los colegios otorgan a los estudiantes que terminan estudios de primaria o secundaria.

Sabor a eso tuvo el que Raúl Castro le colocase a Nicolás Maduro la “Orden José Martí” durante su última y fugaz visita a la isla.

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El régimen cubano, más ágil que algunos simios en saltar de rama en rama para compensar su propia esterilidad, hoy se entrega de lleno a cultivar un nuevo mejor amigo: Los Estados Unidos.

Como todo régimen cuyo eje y objetivo central –más allá de todo alegato “ideológico”- es la pervivencia y persistencia de sus mandatarios, el de Cuba ha sido notorio en sacudir nexos internacionales una vez que dejan de serles de provecho.

La lealtad de los hermanos Castro hacia otros dirigentes rojos siempre fue como amor entre alacranes:

Puestos a escoger entre la supervivencia y los principios ideológicos, optaron siempre por lo primero.

Es indudable que Venezuela, con su enorme reserva petrolera, será siempre motivo de mucho interés para cualquiera que tenga el mando de una isla casi totalmente desprovista del recurso.

Por eso los cubanos siempre fueron los primeros promotores de una transición ordenada, a partir del ocaso del anterior presidente. Los rumores de que allá aceleraron su defunción colocan la extravagancia de afirmar que al difunto se le habría “inoculado un cáncer” bajo nuevo prisma. Una aparente torpeza pudo ser terrible manifestación del subconsciente, un peligroso “lapsus mentis”.

Complicidad, y no comunión ideológica, ofrece una explicación más racional al incomprensible servilismo del socio más rico hacia el más pobre en la relación bilateral.

Luego, el fino radar cubano, con su enorme cúmulo de información detallada sobre el acontecer venezolano, también alertó anticipada y minuciosamente sobre inmanejable desastre actual.

Conocen cuanto se rumia dentro de la corriente oficialista. Son demasiados los nexos y contubernios entre los enchufados de uno y otro país, y por eso comprenden que un dúctil aliado de ayer se les va convirtiendo en lastre.

Dejaron a Fidel el encargo de recibir la mayor parte de la última visita del Presidente Maduro a Cuba, hablando de lo que mejor habla un anciano: Del pasado. O rumiando juntos el despecho.

Y Raúl, personalmente, se tomó apenas unos pocos minutos entre preparativos para recibir a Barack Obama para colgarle a una condecoración en el pecho. Fin de curso, despedida, retiro, adiós… y a otra cosa, mariposa.

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