Lectura – Historia de un rayo

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Llamamos rayo a esa versión originalísima que tiene la energía solar, cuando hay Sol, de permutar una masa gaseosa en imágenes lumínicas que se desplazan a la velocidad de la energía y en línea recta.

El rayo que pasamos a historiar, después de la breve introducción que precede, es un rayo que inmaculadamente todos los días en la mañana, mientras la Tierra en sus movimientos no cambie su posición, debido a su balanceo de vaivén que efectúa sobre los 23 grados de inclinación, y que genera un cambio con respecto al Sol. Cambio que coloca un hemisferio terráqueo frente al astro rey… Pero para que no se pierdan en la narración de esta historia de un rayo, recapitulemos: todas las mañanitas, con puntual solemnidad, ingresa imperturbable por la puerta-reja de la cocina, y se instala luminosamente claro al fondo, sobre la pared de la cocina, en donde, sin esfuerzo, se puede apreciar en él la densidad de millones de mínimas partículas suspensas moverse, en el aire que llena ese espacio, majestuosamente como si ensayasen alguna caprichosa danza. Con delicada ingravidez bajan, suben; van de un lado a otro en una actitud de suspensión aérea que le concede al rayo esa delicada distinción. Es maravilloso entender que para ellas, integrantes del rayo, no existe la preocupan de la atracción de gravedad, ni la consecuencia del peso.

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La luminosidad del rayo visibiliza una realidad del movimiento hasta en las partículas más insignificantes. Una de las cuales cuentizó con delicada sensibilidad muestra eximia escritora Teresa de la Parra. Narración a la cual tituló “Grano de polvo, la bailarina del Sol”. Esa mínima partícula historiada por ella, tiene el mérito junto a los cuentos de don Julio Garmendia de ser las mejores narraciones de la cuentística nacional. Un rayo de sol es una porción indeterminada de energía que se mueve rectamente de modo lineal, en una masa gaseosa atmosférica. Y que en su tránsito luminoso, esas mínimas partículas de polvo lo utilizan para transmutarse con el concurso de la luminosidad en un numeroso cuerpo de baile que danza al compás de sonidos invisibles, en el escenario espacial donde solamente ellas pueden bailar. El rayo, entonces, muy comprensible, hace con su energía espacial todo un sugestivo espectáculo. Su luminosidad bien distribuida permite que hasta la más minúscula de las partículas, pueda mostrar su profesionalismo danzario, con sus sutiles y armoniosos movimientos.

Pero la luminosidad que otorga el rayo no es tan solo para el escenario, sino que cede la magia de la luz para que todas las partículas luzcan sus caprichosas figuras brillantemente altivas y en movimiento. Ellas son la alegría de este rayo.

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