Cuando Ramón Palomares ganó el Premio Nacional de Literatura, en la década de los ’70 del siglo XX, todo el país lo festejó. Nunca había ocurrido algo similar. Andrés Eloy Blanco con sus intervenciones por radio durante los debates de la Constituyente de 1947, había familiarizado a los venezolanos con su voz metálica, se expresaba en sonetos y presidía la Asamblea Constituyente más democrática que hemos tenido en toda nuestra historia.
Palomares, después de los años de agitación política que habían sacudido al país, se asentó en la vieja Universidad de Mérida, donde dictaba las cátedras de literatura venezolana y seminarios de poesía. Su paso por los movimientos Sardio y El Techo de la Ballena lo lleva a cerrar filas al lado de la izquierda insurreccional, simpatizando con los alzados en armas del PCV y el MIR.
Son los años de la palabra ariete. Su poema Nativo de su libro Paisano representa un cambio en la lírica nacional. Giros regionales, el habla de Boconó, el paisaje de la Cordillera, sirven de montaje para dejar traslucir un lenguaje que da cuenta del desarraigo y la alienación de hombres y mujeres que se dirigen al Lago de Maracaibo en busca de una quimera, para conseguirse con una realidad de empresas aceiteras que no van a absorber a aquella nube de campesinos de los Andes, negros de Trinidad, ex pescadores de Margarita y ex pastores de chivos de la vecina Carora.
Ese desarraigado que pregunta insistentemente por Eufrasio en el poema, y que recibe como respuestas imágenes, introducidas en el canto, para dar sensación de caos, son casas a medio construir, putas con sífilis, botiquines oscuros y hediondos a creolina Pearson, denotando un paisaje arrasado, como de guerra. De gentes acostumbradas a bajar del monte, desde siempre, es posible identificar en su memoria ancestral: la prehispanidad, donde intercambiaban tubérculos por sal y pescado. Pero ahora que se ha cerrado el círculo, se ofrecen como mano de obra barata por muerte. Dialéctica de los expulsados de la tierra.
Los libros de Palomares se inscriben en ciclos temáticos que van desde lo precolombino, pasando por la época de los caudillos regionales, como el general Juan Araujo en su hacienda de Jajó; en sus enfrentamientos entre “ponchos” y “lagartijos”; seguido por el sueño “guzmancista” de los trenes, como el de la Ceiba, ilusión de una modernidad trunca; objeto de la cuentística novela de otro trujillano y compañero “ballenero”: Adriano González León y su Hombre que daba Sed, su libro de cuentos prologado por Miguel Ángel Asturias.
Paisano, El Reino, Las Alegres Provincias, Adiós a Escuque, forman parte de su extensa obra. Sus años dedicados a la Academia, como producto de la derrota de la subversión de izquierda y el cierre de la UCV por parte del presidente Rafael Caldera, durante los años de la Renovación Universitaria, reúnen a lo mejor de la inteligencia venezolana, en la vieja institución fundada en la colonia por Fray Ramos de Lora, pintores, poetas, escritores, ideólogos. Con un rector de ideas avanzadas: Pedro Rincón Gutiérrez, la academia Andina, vivió su momento más esplendoroso en su historia de doscientos años.
Con ello Ramón Palomares, lugar donde concibió su mejor lenguaje y pudo retener lo más hermoso de la Cordillera, sus habitantes y el habla “cachaca” del español desperdigada por los caminos reales del transitar entre el Tocuyo a la distante Tunja en el Nuevo Reino de Granada, urbe donde se ventilaban nuestros asuntos económicos y políticos de esta vasta porción.
El trabajo sobre el cantor de Humboldt y sus Regiones Equinocciales queda incompleto si no mencionamos la publicación de su Revista Raíces, en compañía del pensador barinés Humberto Febres Rodríguez. Germen del estudio de las grandes civilizaciones Solares del Continente, como el pueblo chibcha; los muiscas de la Región Cundiboyacense, en su relación con los pueblos timotocuicas. De esa experiencia nacen los estudios sobre El Llano y los Llaneros Colombo-venezolanos. Iniciativa mantenida hasta el presente, con figuras respetables como los historiadores Nelson Montiel, Edinson Pérez Cantor y Pedro Gustavo Huertas Ramírez, sabio colombiano, natural del Corregimiento de Campo Hermoso, Piedellano del Departamento de Boyacá, autor de Trabajos sobre los indios-curanderos Teguas y una historia novelada de la belleza larense doña Inés de Hinojosa.