Desde hace algún tiempo, economistas, académicos, analistas y politólogos han venido señalando los efectos negativos generados por el control de cambio instaurado desde el 5 de febrero del 2003. Muchos de estos señalamientos, son en algunas oportunidades dispares, pero coinciden en la necesidad de su eliminación, a objeto de fomentar la creación de un sistema flexible, con un solo tipo de cambio.
Después de años de rigidez, en donde la tasa cambiaria ha actuado como una especie de camisa de fuerza, impidiendo el equilibrio en el sistema monetario, el recién nombrado ministro Pérez Abad anunció la creación del Convenio Cambiario No. 35, firmado entre el Ejecutivo y el Banco Central de Venezuela, vigente desde el 10 de marzo. En dicho convenio están previstos dos tipos de cambio:
-El Dipro: “Divisas con tipo de cambio protegido”, a una tasa de Bs. 10, dirigido fundamentalmente a las importaciones de medicinas, alimentos, materias primas, estudiantes en el exterior, transferencias a pensionados y jubilados que viven en el exterior, gastos médicos, deporte, cultura, investigaciones científicas y pago de la deuda pública externa.
-El Dicom: “Operaciones de Divisas con tipo de cambio complementario flotante de mercado”, que sería determinado por la concurrencia de la oferta y la demanda, y para el cual se fijó un precio de arranque de 206 Bs (tasa Simadi para la fecha) En este rubro estarían contempladas, entre otras, importaciones privadas, gastos de viajes, pago de deuda privada, venta de divisas para convenios internacionales y representaciones diplomáticas y consulares acreditadas en el país.
En el caso de Pdvsa y sus filiales, establece el Convenio que, la venta de divisas de sus operaciones, podrán ser vendidas a cualquiera de los dos tipos de cambio.
Las reacciones posteriores, han sido múltiples. Hay quienes consideran que dicho convenio significa un paso adelante en la transición hacia un sistema de cambio flexible o flotante.
Efectividad de la política monetaria
La política monetaria debe ser utilizada para contribuir a la estabilidad y el equilibrio económico. El tipo de cambio o régimen cambiario es un componente importante para la toma de decisiones de política económica. Cuando el tipo de cambio es fijo, la eficiencia de la política monetaria depende del mantenimiento de la tasa de cambio. Es deseable, que este tipo de instrumentación monetaria se utilice en la corrección de situaciones coyunturales, temporales, puesto que los problemas de tipo estructural no pueden ser corregidos por esta vía.
El tipo de cambio flotante es determinado por el mercado, el precio debe actuar como regulador de la demanda y oferta de las divisas. La intervención de los bancos centrales debe de reducirse al control de las fluctuaciones extremas del tipo de cambio a corto plazo.
Una transición hacia un tipo de cambio flotante –como lo anunciado por el ministro- precisa la puesta en marcha de un conjunto de operaciones de política económica que sirvan de soporte al proceso iniciado. Para instituciones como el Fondo Monetario Internacional, se requiere al menos de cuatro fases que garanticen la gradualidad:
- Flexibilización del sistema.
- Instrumentación de mecanismos que faciliten la actividad del mercado; se ha comprobado que la intervención oficial entraba en la mayoría de los casos el mecanismo del mercado, acentuando la volatilidad. Las experiencias de procesos similares deben servir de referencia (México 1994, Brasil 1998, Turquía 2000).
- Crear una banda de fluctuación regulada que funcione en el proceso hacia un nuevo anclaje nominal.
- Sistemas eficaces que permitan analizar y gestionar la exposición de los sectores público y privado al riesgo cambiario. (Duttagupta y otros: “Transición hacia un tipo de cambio flexible”. FMI 2006).
Pero, lo más resaltante de este esquema, está relacionado con su funcionamiento. Para que su instrumentación sea posible, se precisa que la oferta de divisas sea libre, convertible y suficiente. También es necesario ajustar el diferencial entre los sistemas propuestos, ya que el proceso de arbitraje asociado a una diferencia tan amplia, será fuente permanente de corrupción.
Si se mantienen las restricciones para la adquisición de divisas, el esquema no podrá responder a los requerimientos de la economía real, ni podrá sustituir el dólar negro o paralelo como el referente del mercado, y en unos pocos meses podría seguir el mismo camino del Simadi, que en su momento se anunció como un sistema factible para la adquisición de divisas, que nunca funcionó como tal.
No se ha precisado de dónde van a surgir las divisas necesarias para alimentar el sistema propuesto. Ni Pdvsa, ni el Banco Central cuentan con el monto en divisas requerido para asegurar su viabilidad. La inversión extranjera no fluye a Venezuela en montos significativos mientras los indicadores de Riesgo-País sean tan altos y la desconfianza en el modelo político actual, desaliente a los potenciales inversores. Es como pretender obtener una cosecha, sin contar con la semilla necesaria.
El tema de la política cambiaria, aunque importante, no lo es todo, Se precisa mucho más que las “buenas intenciones” y las cadenas oficiales anunciando los “nuevos motores” y las “nuevas denominaciones” para sustituir a los fracasados esquemas de Cadivi, Sitme, Sicad 2, Cencoex y Simadi. La dramática situación económica, política y social que vivimos los venezolanos, requiere mucho más que un maquillaje en el sistema cambiario.