Todo el mundo lo invoca, pero nadie parece haberlo visto de cerca. Si es un lugar, ¿dónde queda? Si es una noticia, ¿por qué no me enteré? Si es un partido político, ¿se puede votar por él? No lo sabemos, pero lo presentimos. El Llegadero, de pronto, es eso que no queremos ver: eso que llegó y se instaló hace rato. Hay que mirar evidencias.
El Llegadero es una forma de estar mal sin darse cuenta. Ahí llueve, hay hambre, mucha tristeza y comida pasada. Ahí todo cambia de forma, se disfraza, hace ver felicidad y victoria en cualquier pipote de basura. (Quizás).
El Llegadero es un caserío derribado donde ya no hay domicilios, sino escondites. Más que un lugar, es un refugio de guerra. Un permanecer atrincherados. (Puede ser).
El Llegadero es una terapia sin fecha de salida, una consulta psiquiátrica sin método, el ciclo de sanación de un duelo de país implacable y largo. (Es posible).
El Llegadero es un juego de roles. Ahí se vive o se sufre, se escapa o se persigue, se triunfa o se sobrevive según se avance de nivel. El Llegadero es el paraíso del más apto. (Pareciera).
El Llegadero es una urbe apocalíptica donde no hay ciudadanos, sino amenazas y negocios de momento. No tiene mapas ni horarios, la culpa suele ser compartida y de ahí no se regresa. El Llegadero es una decisión propia y una forma de hacerse el vivo. (Tiene lógica).
¿Entonces?
Venezuela es tan rica, tan próspera, tan fuerte, tan histórica, tan arrecha, tan patriota, tan viajera, que hizo de El Llegadero no la llegada, sino una estación más de su propia debacle.
Cada día el país se aleja más, se desplaza, se burla, se hace cuchillo y proeza, sufrimiento y heroísmo. Todos los días despierta un país más corto, más difícil. Provoca gritar, pero no es tan simple. Provoca salir a la calle, pero agitarse casi siempre resta movimiento. Ojalá fuera solo lo que nos pasa, lo que cuesta estar aquí, pero no. El mañana del país es lo que realmente asusta.
¿Qué habrá cuando amanezca? ¿Papeles, piedras, frío, más cachuchas? ¿Dónde nos va a arrinconar la esperanza? ¿De qué se va a hablar por esos días? ¿Habrá agua, luz, política? ¿A qué se parece el fondo-que-se-toca? En El LLegadero, ese lugar-amenaza, esa página de infierno prometida en la agenda de los países desprevenidos, la única garantía es el desastre: todo aumenta de precio en cada respiro, la gente camina sin rumbo y sin ganas, hay asesinatos justificados, robos, corrupción, engaños, escasez, control cambiario, delincuencia institucional, mucho cansancio, gasolina cara, miedo y cadenas del Gobierno.
En consecuencia:
El Llegadero en Venezuela puede ser cualquier cosa: el nombre de una hacienda expropiada, el título nobiliario de un pran, un laberinto borgiano y una casa de muñecas.
@zakariaszafra