Por la puerta del sol – El pasado

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Cuando recibimos el sol de frente en la mañana de la vida, siente alivio nuestra piel, pero cuando lo recibimos en la tarde sobre la espalda, nos empuja hacia la noche y nos lastima el calendario…
A pesar de que los rayos de su aurora se iban opacando, mi padre mantuvo frescos en su mente y llenos de luz los paisajes y recuerdos del ayer. Fue un hombre sencillo, creativo, soñador, lleno de bienandanzas, de luchas y evocaciones. Ya viejo, en momentos en que los ruidos se duermen le gustaba hacer sonar su flautín, interpretando al son del soplo de su boca los nobles aires de su tierra hermosa. Abría el pasado para nutrir el espíritu y también el cuerpo, con el fin de no perder la ilusión de tener algo por qué vivir. Le cantaba al amor, a la muerte, a la alegría, a la esperanza y también al desencanto. Recordar es vivir –decía al caminar sobre el sendero que recorrió en su juventud, cuando iba a sentarse en la gran piedra del río a componer versos al camino, al viento, a la luna, al agua, a su perro, a su loro y también a su camión.

Un buen día decidió volver y en su recorrido observó que muchas cosas seguían igual: los puentes que aunque cóncavos por el perenne tránsito seguían siendo fieles al paso del caminante, las flores seguían allí en su eterno secarse al sol y volver a retoñar al caer la lluvia. Había olvidado ir de paseo, impedido por el mal del calendario que hace lento el paso, pesado el cuerpo, cansado el músculo. La ilusión de volver por su camino hizo que se calentaran sus tendones, vibrara el sol en sus piernas y en la brisa se dispersaran sus suspiros de alegría.

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Los árboles habían crecido, seguía el camino lleno de frescores. Cerraba los ojos y lo veía como ayer con huertos y sembrados, con pájaros, con nidos, el estío llenando de luz los limoneros y el repetitivo roce de alas de las aves que se asustan al paso del caminante. En la espesura que lleva al río encontró los viejos árboles, aguzó el oído y pudo oír el rumor del agua y el chasquido que hace al chocar contra las rocas de la orilla, pudo contemplar embelesado un rayo de sol filtrándose entre ramas.

Aunque los bríos ya no eran los mismos, fue la voz del río y del camino guardada en su memoria, lo que le obligó a recobrar fuerzas y recordar aquel tiempo en que a su paso por la orilla, los floridos cambulos se encerraban en sus pétalos, para no sentir la triste queja de las hojas muertas que pisaba al caminar.

A pesar de que el camino envejece, (no con la prisa con que envejecemos nosotros) siempre estará allí esperando que regresemos. El reloj no cesará en su incompasivo tic- tac de las horas, tampoco el almanaque de recordarnos que el tiempo que se va no vuelve. La nieve de los años todo lo derrumba, asusta la soledad, las sombras atemorizan, solo la alegría del recuerdo rejuvenece las perdidas energías en cada palpitar del corazón. Lo que importa en la fría estación que estanca la vida, es mantenerse contento y agradecido, aunque estemos más de allá que de acá.

Al final se inundará el alma de luz, echaremos a andar por el celeste puente rumbo al camino al que saldrán a recibirnos con abrazos, aquellos que quisimos y nos quisieron, infinito del que ya no habrá regreso… Recordar es volver a sentir aquel pasado feliz que aunque siempre estuvo en la memoria, no pudimos nunca retener…

Es inevitable que recordemos el pasado forjador y raíz del presente en que vivimos.

Lector: Viva contento la belleza de su invierno, no lo opaque con tanta queja y sonría.

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