Las voces de Penélope – Pasiones

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«He sido peronista desde los 13 años. He sido periodista desde los 18. He sido militante peronista desde los 19. He sido militante montonero. He dejado de ser peronista en 1973 y dejado de ser montonero en 1977. Sigo siendo periodista», afirma a sus 73 años, Horacio Verbitsky, quien fuera además compañero de militancia y oficio de Rodolfo Walsh, con quien creara la Agencia de Noticias Clandestinas, Ancla, cuya labor fuera la denuncia de los asesinatos y torturas de opositores durante la dictadura de Videla.
En 1976 publicó la que pareciera seguir siendo historia inacabada de la “Guerra Sucia” en Argentina. En dicha fecha, se tenían noticias del campo de concentración en ESMA, la Escuela de la Marina, cuyo legado sigue siendo la desaparición y muerte de miles de personas. La Operación Cóndor, unificaría en labores represivas las dictaduras militares de Chile, Argentina y Uruguay.
Periodismo vivido con pasión de investigador por parte de quien promoviera dos décadas después la Asociación para la Defensa del Periodismo Independiente con otros 23 periodistas, cuyo trabajo de investigación había removido cimientos y cuanto andamiaje tangible e intangible, fuera necesario para poner en evidencia las alianzas de los estamentos políticos corruptos con los militares que dejaron en la historia del continente, la muestra de la represión más violenta e ilegal de la que se tenga memoria.
Su minucioso trabajo investigativo no se detuvo nunca. Fue demandado por Menem cuando éste era presidente, pero obtendría lo que fuera considerado “fallo histórico para la libertad de prensa”, al sersentenciado por la Justicia argentina, “el deber de informar”,como obligación de todo periodista. Verbitsky sienta cátedra:
«Periodismo es difundir aquello que alguien no quiere que se sepa, el resto es propaganda. Su función es poner a la vista lo que está oculto, dar testimonio y, por lo tanto, molestar. Tiene fuentes, pero no amigos. (…). Ver y decir el lado malo de cada cosa, que del lado bueno se encarga la oficina de prensa; de la neutralidad, los suizos; del justo medio, los filósofos, y de la justicia, los jueces. Y si no se encargan, ¿qué culpa tiene el periodismo?»
Imposible leer sin estupor, “El Silencio”, (Debate.2005). Imposible leerlo de un solo tirón, dada la magnitud del horror mostrado a través de la complicidad de los sectores más retrógrados de la Iglesia Católica argentina, en la represión organizada por la última dictadura militar en dicho país. Demuestra, a partir de una investigación muy documentada, cómo fue burlada con su ayuda, la visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en 1979, al prestarles la isla de reposo habitual del Cardenal Arzobispo de Buenos Aires, llamada premonitoriamente “El Silencio”. Fueron mudados alrededor de 60 prisioneros, alguno de ellos en pésimas condiciones de salud, dadas las secuelas de las torturas, en la zona insalubre y más alejada de la misma. “Ayuda” conocida por la Nunciatura y el Vicariato castrense, cuyo secretario Emilio Graselli, participó activamente en el programa de “Reeducación” de los detenidos.
Nada sobra en los 17 capítulos cuya información es comprobable dadas las numerosas fuentes y citas a pie de página. No puede leerse sin ser tocado por el horror. La máquina de quebrar almas y cuerpos funcionó hasta la caída de la dictadura, pero la justicia habría de esperar unos años para llegar, dada la ley de amnistía decretada por Alfonsín.
Muchas certezas se afincan en el lector. Una de ellas, es la responsabilidad de los sectores civiles corruptos en fomentar el alzamiento de los sectores militares, así como la aprobación abierta o tácita de la jerarquía católica, unidos en una causa común con el sector más derechista de la dictadura: los “marinos” de la ESMA, quienes adquirieron un poder mayor en la estructura de mando militar y demonizaron todo discurso de reivindicación social. El precio para valorar la democracia ha sido altísimo.
En “1977 los marinos decidieron no matar a todos los militantes sino convertir algunos en agentes de inteligencia propios”.Métodos de “desintoxicación y reeducación”, enseñados por “asesores” provenientes del ejército colonial francés y aprendidos en Indochina y Argelia. 80 prisioneros participaron en un programa, que a aplicaba al azar, la tortura o el regalo. La libertad vigilada y la reclusión con grilletes. El amor familiar y la absoluta soledad. Reeducación que quebró cuerpos y almas y trajo las obvias consecuencias morales, sociales y políticas a quienes guiados por las diversas formas de la pasión, estaban de uno u otro lado del bien y el mal.Más allá de Dios y de los hombres…

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