El pasado 4 de marzo la poesía nacional se vistió de luto. Perdió a uno de sus más ilustres literatos, Ramón David Sánchez Palomares, quien dejó para la historia un legado poético incalculable. Este caballero andino, nacido en Escuque (Trujillo) el 7 de mayo de 1935, falleció a los 80 años de edad.
Sánchez Palomares, maestro normalista, profesor de Castellano y Literatura se tituló como licenciado en Letras en la Universidad de los Andes (ULA), institución de la cual fue docente titular hasta su jubilación.
El Reino, publicado en 1958 por la editorial del grupo Sardio, fue su primer libro de poemas. Luego publicó Paisano, El ahogado y Honras Fúnebres. Por Paisano alcanzó el Premio Municipal de Poesía de Caracas. En 1975, por su obra Adiós Escuque (1974), obtuvo el Premio Nacional de Literatura.
Además de los distintos homenajes que recibió en vida en antologías, bienales de literatura y poesía, fue reconocido con el Doctorado Honoris Causa por la ULA, premio que recibió junto a los poetas Rafael Cadenas y Juan Sánchez Peláez.
Entre sus obras destacan Santiago León de Caracas (1967), Elegía 1830 (1980), El viento y la piedra (1984), Mérida, elogio de sus ríos (1985), Lobos y halcones (1997), El canto del pájaro en la tierra (2004), Vuelta a casa (2006), entre otras. Perteneció al famoso movimiento de intelectuales Techo de la Ballena.
Oidor y escritor
Para esta nota vale reseñar el texto de la profesora Marisela Gonzalo Febres, quien escribió el artículo de opinión Don Ramón Palomares (Las voces de Penélope 11/03/16 EL IMPULSO Pág. A-4).
“Él se posaba en el jardín de las palabras y esperaba atento el poema ajeno, acostumbrado a oír desde la infancia, no sólo a los vivos sino a los muertos.
Dueño de una de las voces poéticas más importantes en nuestra lengua. Voz íntima que atravesara la mayor parte de su obra, nutrida de la cualidad de atender, desde muy niño a las voces del vecindario y los tonos del afecto familiar que formarían parte de sus primeros contactos con el lenguaje. Oidor y escritor en su caso, eran dos caras de la misma hoja”.
Oía con mucha atención la palabra ajena sin imponer la suya, reclinando su cabeza y cerrando sus ojos de vez en cuando; asintiendo en silencio cuando el poema ajeno encendía rescoldos que parecían olvidados.
Sus obras entregan a la manera de veredas, una poesía difícilmente traducible dada la complejidad de registros lingüísticos y supra lingüísticos.
Su profundo conocimiento de la lengua le permitiría vadear sin dificultades, tonos y acentos emparentados con el costumbrismo, sujetos al esplendor lingüístico otorgado por quien conoce los secretos ríos y esplendores del lenguaje.
No reprodujo el habla andina sino recreó la magia de un acento, una sintaxis y un universo propio de una región, que en las zonas rurales, más que hablar, susurra y más que contar, crea un reino mítico; escribió la analista, escritora y correctora de textos creativos, informativos, científicos, periodísticos, guionista de programas y documentales televisivos, docente por más de 30 años de Lengua, Literatura, Teatro, Cine y Comunicación Social.
Elogiado
El poeta, narrador y docente universitario José del Carmen Pérez resaltó en Sánchez Palomares su espíritu ganado para la reflexión.
Reseñó Pérez que el poeta andino recibió elogios de Pablo Neruda, Vicente Gerbasi, Juan Sánchez Peláez y Adriano González León.
“Su obra toda transfigura su encuentro con los hombres, las voces, las vivencias y el tiempo de su tierra. Hizo del gentilicio andino la comunión del espíritu americano con su ámbito propio, sin negarle un ápice de vastedad y de su misterio. Su poesía es imagen de un contexto autóctono, sensibilizado mediante el lenguaje propio, común, de sus hablantes naturales, con una fuerza viva y reveladora. En su lenguaje se vierten vida, muerte, tiempo, hombre, eternidad, historia y poesía, de manera inseparable”.
También es característico de su poesía el uso pronominal del plural con recurrencia al nosotros, pero igualmente a la aceptación de su propia voz. Palomares logró retratar a Venezuela con sus palabras.